www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de julio de 2005

 
   
 
Clarividencia y muerte en José Martí
por RAFAEL ALCIDES, La Habana
 

Siempre he tenido la impresión de que todavía en el momento de su caída en Dos Ríos —"caída" que para él fue "subida"—, José Martí se sintió vistiendo un traje que era suyo pero que le quedaba grande. Suyo, porque era un traje que le pertenecería en el porvenir, y él lo sabía, pero el porvenir para él aún no había llegado.

J. Martí
Muerte en Dos Ríos (Carlos Enríquez, 1939).

Era una sensación natural, digo yo, en quien edad de sobra tuvo para participar en la Guerra Grande, aquella campaña de diez años de lucha en la que él dejó esperando al caballo que podía haber montado, porque le pareció con toda razón inútil correr el riesgo de inmolarse en una guerra que desde el principio adivinó perdida; y ahora, castigo y gloria de saber más que los que vienen detrás, le tocaba al ausente de entonces ponerse a la cabeza, para la siguiente guerra, la definitiva, de quienes sí estuvieron en la anterior, y aunque la perdieron, alcanzaron en ella dignidad de dioses.

La palabra, es cierto, fue el cajoncito que le permitió seducirlos, pero al bajarse del cajoncito, por más encantados que los hubiese dejado, a las deidades y al público, volvía Martí a ser el ausente, el que no estuvo.

Ya lo advirtió aquel cínico y a la vez encantador Rhett Butler de Lo que el viento se llevó, que nunca creyó en la victoria de los confederados, cuando se unió a las tropas vencidas del general Lee, un modo de compartir con los suyos aquella hora postrera de la capitulación que, sin embargo, lo salvaría de ser mañana el que en el Sur, a pesar de sus millones, debería bajar la cabeza y vivir con la boca cerrada.

Y Martí, cada vez más incómodo en aquel traje tan suyo que, sin embargo, le quedaba grande, padecía, añoraba el momento en que por fin su recuerdo en la tierra lo llevara con el orgullo de quien al fin se sabe vistiendo un traje cortado a la medida. Y esa satisfacción, ese orgullo, ese instante de igualarse con quienes hasta entonces lo tomaran como al iluminado ilustre aparecido a última hora, pudo ser el tesoro moral que saliera el Apóstol a buscar cuando se arrojó al galope delante de los cuadros ya formados de la fusilería española.

Pero había más. Quien durante años estuviera organizando hombres y equipándolos de armas para que fueran a morir, no podía permanecer con los brazos cruzados en el portal de un campamento oyendo los disparos del primer combate que veía en su vida. Participar allí, ciertamente, no demostraría a aquellos dioses de la guerra a los que había venido organizando y dirigiendo que llegado el caso él podía ser tan buen soldado como el que más, pero sí les demostraría que estaba hecho del mismo mármol inmortal que ellos. Y qué más grande premio que ese. No quedarse por debajo de Maceo, no quedarse por debajo de Máximo Gómez, y ser además, por fin, José Martí.

Esta es para mí la lectura del José Martí que vivió para morir, del Martí que mientras herido iba cayendo del caballo debió hallar su más grande alegría al sentir cada vez más suyo, más ceñido, con cada nueva gota de sangre que sentía escapársele, el traje con que había nacido.

Partiendo de más sacros presupuestos, el novelista, investigador y periodista Julio Ramón Pita se ha acercado con documentación, economía de medios y torrente de gran prosista al Martí que va a morir, al Martí que se sabe camino de la muerte, en un ensayo que a pesar de su brevedad resume con rotundidez de quien está en el secreto lo esencial-trascendente del héroe de Dos Ríos.

Un Martí que desde niños todos los cubanos han entrevisto, aunque sin poder alcanzarlo, pero, también, sin poder librarse ya nunca de su influjo, por lo que seguirá siendo entre nosotros aquel poeta de pueblos, por siempre y para siempre, el misterio que sagazmente nos fuera anunciado por Lezama.

Acercarnos a ese misterio; ya que no descifrarlo, acercarnos solamente, hacérnoslo sentir por un rato, tal como puedan sentirse una fe o la violencia de un crepúsculo en una tarde de bellezas, ha sido el éxito de este libro que les comento y recomiendo: José Martí: clarividencia y muerte, premio de ensayo de la excelente revista Vitral.

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