www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de julio de 2005

 
  Parte 1/2
 
¿Cubaneo en Boston?
Gringos que bailan guaguancó, compran hierbas en las botánicas y tienen hecho santo.
por MARIO BARROS, Boston
 

Cuando le hablé del tema a mi amigo Aparicio, puso el grito en el cielo. "Eso no pega, mi hermano", me dijo por teléfono desde La Habana. "Boston y el cubaneo no tienen nada que ver". Es cierto que a primera vista parecen términos opuestos, antónimos, irreconciliables. Pero si usted se asoma con cuidado a esta bella y fría ciudad de universidades y hospitales, se dará cuenta de que la pregunta no es tan desatinada.

Miami
Venta de 'pan cubano' en supermercado de Miami.

Claro, lo primero que tiene que entender el lector es el sustantivo de marras. Si usted es cubano o ha vivido entre cubanos (o sea, es cubano honoris causa), no necesito abundar en el significado del título. Pero si desgraciadamente no reúne usted ninguna de las dos condiciones anteriores, entonces le debo la explicación que sigue.

Para comprender a los cubanos, hay primero que entender el cubaneo. Por el término en cuestión se designa la propensión natural de los nacidos en la Isla a hablar en voz alta y gesticulando; poner la música a todo volumen y en todo lugar; hacer de la impuntualidad un arte mayor; llegar de visita a una casa sin anuncio previo, preferiblemente a la hora de la comida; saber más de cualquier tema que su(s) interlocutor(es); nunca estar equivocados (¡por supuesto!); encantarles el chisme y la jodedera y, last but not least, ser devotos al picadillo con arroz, los frijoles negros y la ensalada de aguacate. Podría enumerar muchas más características, pero con esas basta para darse cuenta de que el cubaneo forma parte del patrón genético de los cubanos, no importa su raza, clase social o nivel cultural. Es un virus incurable que llevamos dentro.

Algunos de nuestros compatriotas en tierras foráneas son portadores de un cubaneo autóctono, totalmente arraigado, del que no podrían despojarse aunque quisieran. Esos son los que no cambian su forma de ser ni viviendo en Windsor y tomando el té con Charles y Camilla todas las tardes. Ellos llevan el cubaneo prendido al pecho como una medalla, para que a nadie le quepa duda. Como mi amiga Josefina, la emperatriz de la sagüesera, que todo lo resuelve sin quitarse las chancletas y los rolos.

Otros cubanos de afuera son menos estridentes, posiblemente más civilizados, más universales quizás. Pero, incluso, esos tienden a añorar las fiestas de verdad, las de bailar toda la noche y terminar cantando Lágrimas Negras, a las cinco de la mañana, con una nota galáctica. Esos son los que no resisten las advertencias idióticas del orden: "la fiesta tendrá lugar entre 6:00 y 9:00 p.m". ¿A quién se le ocurre poner una hora de término a una fiesta, señor? Un buen güiro no se acaba hasta que se va el último invitado, borracho como una uva. Si no es así, Àpara qué hacer fiesta entonces? Ese es un principio básico del cubaneo también.

Y están, claro, los cubanos por equivocación, los distintos, a los que sólo se les nota el cubaneo por algún detalle muy sutil. Como mi amigo Javier, que sólo le gusta escuchar jazz y jamás en su vida aprendió a bailar salsa (¡sacrilegio!), pero le encanta comer puré de chícharos y huevos fritos con arroz. Qué horror.

El virus se ha expandido

Para los cubanos fuera de la Isla, Miami es sin duda la capital del cubaneo. Eso ni se discute. Cuando los cubanos sueñan con irse de Cuba, no lo hacen pensando en Madrid, Londres o París. Ni siquiera en Los Ángeles o Nueva York. Los sueños siempre gravitan hacia la autodenominada Capital del Sol. Miami se convierte entonces en una obsesión, porque en Cuba siempre alguien tiene un primo en Hialeah que le manda fotos al lado de un carro del año o en un patio haciendo barbeque.

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