www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de julio de 2005

 
   
 
La Habana: ¿Negros y blancos en Cuba?
por RAFAEL ALCIDES
 

En Cuba no hay blancos y negros. O al menos no los hay en el sentido usual del término. Hay negros, si, en un sentido étnico; eso nadie lo niega, y aun los propios negros lo admiten. Puedes, por eso mismo, al menor pestañazo quedarte sin tu gallinita en el patio; pero como igualmente con un gancho hecho con cuatro percheros empatados puede un blanco, plantado delante de la reja de una ventana abierta, mudarte con televisor y todo, estas habilidades no crean antagonismos raciales.

Carnaval

Es además el negro simpático, ingenioso, dicharachero, y si al igual que el blanco es gente de buena memoria, en tanto archivo de la vida íntima del barrio, en una cosa lo aventaja. Es mejor bailador que el blanco, tiene más sentido del ritmo: de cualquier cajón o pedazo de lata saca él música. En eso es un loco.

Ni qué decir que la mayor parte de la música popular que se baila en el país la ha creado él. Tal vez por eso su sueño sería no trabajar, vivir sin trabajar con una buena hembra al lado, una botella de ron, y un güirito y unas maracas cerca para, entre un polvo y otro, levantarse de la cama a bailar una rumba en cueros con su hembrota. O sea, que ni en la hora de soñar existen en Cuba diferencias entre blancos y negros, ya que ambos sueñan lo mismo.

Si alguna diferencia fuera dable señalar al respecto, estaría, si acaso, en el color de la hembrota. Digamos que soñara el blanco con la negra y el negro con la blanca, cosa que no sería grave en un país donde después de la revolución bajada de la Sierra en el 1959, la población blanca, que entonces constituía las dos terceras partes de la población, hoy constituye apenas la tercera —si es que todavía puede alardear alguien aquí de ser blanco legítimo.

La misma cosa, el mismo ímpetu

Parte de esa democratización la favoreció sin darse cuenta Estados Unidos, que al repartir sus visas ha sido tan parco en eso que sólo ha aceptado en su país un cinco por ciento de gente oscura. ¡Ah!, pero esa ofensa que además le impide al prieto participar con el blanco en igualdad de condiciones de las remesas que de allá envían los cubanos emigrados, ha hecho del negro cubano, con toda razón, acaso el ser más revolucionario del país, el más apegado a su gobierno. No porque no tenga a donde ir. Por la ofensa.

En todo lo demás, blancos y negros somos en Cuba la misma cosa, el mismo ímpetu. Ninguna la diferencia. O escasas. Cuando hay que echar un pie inverecundo dejando el tacón del zapato en el camino, el negro, aun el más pequeño y frágil de los negros, dejará en cinco minutos a un kilómetro de distancia al más rápido de los blancos. Pero, también, cuando hay que echar para adelante (y la historia ha dado al respecto sobradas muestras en Peralejo y en todas partes), el negro avanzará aplastando con el entusiasmo de un tanque por un terreno que sabe libre de minas.

Es verdad que independientemente de lo que por humanidad y por autoconservación ha venido haciendo la revolución por borrar las oprobiosas diferencias raciales que absurdamente existen aun en otros países, todavía en Cuba pueden verse en la calle poderosos caballeros, gente de gobierno, ministros o generales, exhibiéndose con un negro retinto como un teléfono antiguo bajo el brazo, sonriente el patricio, victorioso, ejemplo del mundo y del avance imperioso de las ideas democráticas, mientras en voz baja le va diciendo al negro al oído de todo corazón: "Negro, yo te quiero como a un hermano, pero no te quiero de cuñado, y mucho menos, carajo, se te vaya a ocurrir metérteme un día en casa de yerno".

Pero fuera de estos esporádicos accidentes, detalles folclóricos más bien por lo que de pintorescos tienen y porque legalmente están excluidos de los catecismos del Partido, nadie con dos dedos de frente y una gota de vergüenza se atrevería a señalar en Cuba diferencias entre blancos y negros. Es cierto, nadie lo negaría, que unos cubanos son más claros y otros más oscuros: cierto que unos tienen pasa y otros pelo: pero negros y blancos, no: eso en Cuba no lo hay.

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