www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de julio de 2005

 
   
 
Por la ternilla mejor que por los tarros
El tan llevado y traído aumento de las pensiones mínimas: ¿Será que el gobierno desconocía hasta hoy la penuria en que viven los ancianos en la Isla?
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Desde los tarros hasta la punta del rabo, todo es buey. Claro, hay circunstancias desesperadas en las que tendemos a identificar al buey cuando hemos visto únicamente los tarros, aunque a estos les falte todo el resto del buey.

Enfermo
Anciano en un asilo de la Isla.

Es el caso de los pobres ancianos que en la segunda quincena del pasado abril hicieron cola durante noches enteras en La Habana, con el fin de ser los primeros en poner en orden los papeles para cobrar el tan llevado y traído aumento de sus pensiones.

Decir que han recibido la novedad de buen talante, sería decir poco. En realidad, bailan en una pata. Y quien no los comprenda, no tiene idea de lo que significa su estado de extremo desamparo económico, donde incrementar los ingresos del mes con una cifra promedio entre cincuenta y cien pesos (poco más de dos chavitos y poco más de cuatro, respectivamente), representa un paso de avance hacia el elemental plato de chícharos con arroz una vez al día.

Son los tarros del buey. Pero no cabe alarmarse al ver lo poco con que se contenta aquel que nada tiene.

Mucho menos, por inútil, cabe ponerse a sacar cuentas para demostrar el flaco beneficio que les dispensa el régimen con este incremento que, sospechosamente, cae del cielo, sin que hayan cambiado, a no ser para peor, las circunstancias de crisis económica que desde hace muchos años obliga a los ancianos (el sector más dependiente de nuestra dependiente sociedad), a esperar la muerte con la boca abierta, pidiendo el agua por señas.

Y ya que es impensable (aunque lo jure el régimen) que incidiera un alza de última hora en la economía del país, entonces lo que sí cabe cuestionar es por qué motivos transcurrió tanto tiempo antes de que fuera decretado el flaco aumento.

¿Será que desconocían hasta hoy la penuria en que viven los ancianos? ¿Será que estaban esperando a que se redujera el número de sobrevivientes? ¿O será que su caso ocupaba el inciso zeta en el presupuesto estatal, antecedido —pongamos un ejemplo— por el de los policías, quienes recibieron incremento salarial desde hace tiempo, por cierto, mucho menos flaco que el de los ancianos?

Pues va y en buena ley no es por ninguna de estas causas, o por casi todas juntas, aunque determine el hecho de que sencillamente ha sido ahora y no antes cuando al régimen le convino "dar respuesta" a un problema que alinea entre los más sensibles ante los ojos de la población y, en general, del mundo.

Desde luego que este aumento de pensiones no da para que los ancianos sin amparo familiar dejen de largar los pies en la calle revendiendo el periódico o los frijoles duros de la cuota o los cigarros al menudeo, o para que dejen de hacer colas bajo el sol a cambio de un par de pesos, o para que dejen de bucear en los tanques de la basura. Pero la verdad es que en algo deberá ayudarles. Por los tarros comienza el buey.

Sin embargo, aunque no fuera más que con el premeditado propósito de propinar un nuevo golpe de efecto, no estaría mal que el régimen continuara arrimándoles otras partes, digamos, más substanciales del marido cornudo de la vaca.

No tienen que ser los cuartos traseros, ni el lomo, pues se sabe que esos vienen comprometidos de antemano. Ni siquiera se precisa que sean el jarrete, la riñonada, el hígado. Bastaría quizá con media libra de ternilla per cápita dos o tres veces al año.

En fin, algo que les permita avanzar en la identificación del buey más allá de los tarros. Porque un plato diario de chícharo con arroz puede alegrar de momento a los infelices ancianos, pero me temo que no alcance para ampliar sus expectativas de vida.

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