Los eventos que voy a contar ocurrieron hace dos décadas. Ha llovido mucho desde 1985. Son experiencias basadas en la realidad. Sin embargo, debo reconocer que he acudido a mi nada mala memoria, aunque tampoco infalible, tengo que admitirlo. El lector escéptico puede confiar en que existen las cárceles de Guanajay, Combinado del Este y La Cabaña; que en el pasado reciente hubo en Cuba miles de presos políticos; que en este instante cientos permanecen entre rejas. Fui uno de ellos. Mi número de identidad en Villa Marista, sede del órgano de instrucción de la policía política, fue el 214443; en la prisión, 736193.
La estación Radio Martí, nacida el 20 de mayo de 1985, puede sintonizarse por onda larga y corta, y en estos tiempos también a través de la red informativa. Las personas que menciono no son personajes. De sus respectivas existencias doy fe. Pueden narrar la misma historia aunque con diferentes estilos y énfasis, como es de esperarse. A ellas les pido disculpas, por adelantado, si he omitido, exagerado o retocado detalles. Ese es el riesgo que enfrentan los testimonios literarios. Este no será una excepción.
Desde Cuba
Recuerdo bien cuándo escuché Radio Martí por primera vez. Andaba por el cuarto año de una sentencia de cinco por "Propaganda Enemiga". La cumplía en Guanajay, un pueblito situado al oeste de La Habana. Vivía en el pabellón C-Altos, en un pasillo de celdas designado para los presos "contrarrevolucionarios".
Entre mis compañeros había uno que se destacaba por sus conocimientos de electricidad, ser casi sordo todo el tiempo y sordo a secas, cuando le convenía. Pablo de la Rosa Acosta estaba condenado a veinte años de cárcel por el delito de "sabotaje". En una noche de tragos y de discusiones sobre política con un grupo de amigos cercanos, y luego de escuchar las arengas radiofónicas de un tal "comandante David", preparó un cóctel Molotov y lo lanzó contra los listones de madera de un aserrío. Se quemaron varios. Sin embargo, ni el lugar ni la vida de nadie estuvieron jamás en peligro.
Lo conocí en La Cabaña, a comienzos de 1982. Luego nos trasladaron al Combinado del Este y, meses después, a Guanajay. Éramos vecinos del mismo barrio de Marianao. Yo residía a unos cien metros de La Plaza y a dos cuadras del anfiteatro; él cerca de la avenida 51 y la calle 100. Se ganaba la vida reparando aparatos de radio y televisión.
Gracias a Pablo rompimos el muro de aislamiento y desinformación a que nos sometían los carceleros. Sólo teníamos acceso a la televisión unas pocas horas cada día, si de acuerdo con el reglamento penitenciario manteníamos una buena disciplina. De lo contrario, se llevaban el televisor soviético ubicado en el comedor, hasta que ellos decidieran retornarlo. A veces nos daban uno o dos ejemplares de Granma, que no pedíamos, para sesenta reclusos. En realidad, leíamos el periódico para enterarnos de los eventos deportivos, especialmente durante la temporada beisbolera.
Preferíamos ponernos al corriente del mundo y de Cuba cuando teníamos visitas con nuestros familiares, pero estas ocurrían cada seis meses. Tal era la suerte de los presos clasificados en las fases A-1 o A-2, es decir, los "contras" y los reincidentes comunes. Naturalmente, "Radio Bemba" sustituía la falta de acceso a las noticias.
Invento milagroso
Una vez alguien entendió mal un dato y llegó al pasillo pregonando que los americanos habían estacionado en Centroamérica un portaviones del tamaño de Honduras. Le explicamos al mensajero que semejante mamotreto difícilmente flotaría y se convertiría en el blanco de ataque más pesado, grande y vulnerable del planeta. "Entonces la noticia la dijeron mal, aunque a mí no me pareció exagerada. Los yumas son capaces de todo". "A lo mejor quieren decir que utilizan a Honduras como un portaviones contra los sandinistas de Nicaragua", señaló otro. |