www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de julio de 2005

 
  Parte 1/2
 
La Habana: ¿Auténticos partidores de lanza?
La lucha por la reivindicación de la homosexualidad no puede ser ajena a la necesidad de conquistar todas las libertades de los cubanos en la Isla.
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

La adaptación amañada, para la televisión cubana, de un pasaje de El Conde de Montecristo, moviliza otra vez los tejemanejes de ciertos críticos que creen ser (o creen hacer creer que son) auténticos partidores de lanzas por los derechos de los homosexuales en la Isla.

Fresa y chocolate

En el pasaje en cuestión, la hija de uno de los enemigos del Conde se fuga con su novio, en vez de hacerlo con una amiga íntima, como realmente ocurre en el original de Dumas. Y es así como el adaptador de la novela, algún funcionario, o, en último caso, el medio, la institución, mencionados como entes abstractos, cargan con los cargos que se apresuran a cargarles los susodichos redentores.

Por lo demás, vuelven a ondear los lugares comunes acerca de nuestra ascendencia machista, de los códigos que llevamos tatuados en la mollera desde antes del diluvio, o de la persistencia entre nosotros, dicen, de una rancia tradición, decadente y estereotipada.

A partir de tales presupuestos, los pretendidos salvadores se las gastan, destrenzando mil teorías, que son una las mil, para denunciar, según creen o creen hacer creer, las causas del oprobio que sufre hoy la homosexualidad en la Isla.

Sin embargo, como es ya habitual, no hay manera de que se les escape una sola palabra, una insinuación, por leve que fuera, destinadas a enfocar con seriedad el verdadero nervio del problema.

Hace algún tiempo, a propósito de otra de sus pataletas supuestamente antihomofóbicas, uno de estos paladines citó en su texto "crítico" al sexólogo norteamericano Herbert Agar, para quien "la verdad que hace a los hombres libres es la que la mayoría prefiere no oír".

Tiene razón Agar. Sólo que en nuestro caso no es exactamente la mayoría, sino el régimen que la somete, el que prefiere no oír esa verdad. Y no sólo prefiere no oírla, sino la proscribe y la castiga. ¿Será entonces por eso que tales intercesores de los derechos del homosexual dejan que el verdadero origen del oprobio les pase por entre las piernas, como dejan pasar la pelota los malos peloteros?

De tierna a podrida

Aquí y ahora, la lucha por la reivindicación de la homosexualidad no es, no puede ser ajena a la necesidad de conquistar todas nuestras libertades, sociales, económicas, políticas y, en general, humanas. Es consustancial al imperativo de que se respete entre nosotros, por ley y consecuencia, el derecho a ser nosotros mismos y no matriushkas fabricadas a la brava por quienes nos gobiernan.

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