www.cubaencuentro.com Lunes, 08 de agosto de 2005

 
   
 
La Habana: Lo que el viento se llevó
por RAFAEL ALCIDES
 

Antes, cuando los domingos olían a arroz con pollo y en los cafés tenían los grupos mesas reservadas para sentarse a determinadas horas a discutir —con el periódico a la vista— los asuntos del día, la gente se moría igual que ahora, y de enfermedades muy parecidas, pero se les seguía recordando como si estuvieran vivas.

En el aniversario de su muerte acudían los amigos en peregrinación al cementerio, celebraban misas si el muerto había sido católico, y conmemoraban los natalicios del difunto con almuerzos en hoteles de moda que luego un cronista, alquilado o participante en el evento, relataba con lujo de detalles y palabra inflada en el periódico del día. Esto aun en el caso de aquellos difuntos que no pasaron de teniente en el ejército, fueron criadores de gallos finos o ejercieron como médicos de barrio.

Si por el contrario había alcanzado el muerto condición de prócer, bien como pitcher en la pelota, periodista, profesor o veterano de la guerra de independencia, entonces, sus aniversarios, los de muerte y nacimiento, pasaban a ser grandes fechas de la patria.

Despertando al dormido, en los periódicos de la mañana aparecería la gacetilla que recordaba la fecha trascendente; si académico, una velada en memoria del desaparecido  en la que se pronunciarían inflamados discursos que luego, según la solvencia económica del orador, aparecerían publicados en folletos, y en la que estaría presente lo más granado (así se decía) de la sociedad local, vistiendo sus mejores galas, los hombres de chaleco inclusive, y las damas con sus pieles de zorro apestosas a naftalina, aun en el caluroso julio cubano.

Y si el difunto no fuera académico, igual. Pues un muerto responsable, un muerto que se respetara, un muerto que quisiera dejarle a su familia una imagen bella, en dos palabras, un muerto con dos dedos de vergüenza, en aquellos tiempos en que los domingos olían a arroz con pollo, debía por lo menos ser masón, y si no masón, Caballero de la Luz, ser Rotario, miembro del Club de Leones o ser un hermano ilustre de alguna cofradía espiritista en la cual su clarividencia hubiese alcanzado fama, y hasta tal vez realizado algún milagro.

Así, además de perpetuar su recuerdo, el muerto de entonces era un motor de la vida social de la comunidad. De boca en boca hasta llegar a sitios donde nadie lo conoció, viajaban sus anécdotas de macho libertino que nunca, sin embargo, pudo ser cogido in fraganti, a pesar del cuidado con que su mujer revisaba sus ropas buscando manchas de carmín u olores que por su clara procedencia lo delatarían. Pues en eso de saber nadar y guardar la ropa el difunto era un doctor graduado en Salamanca.

Por último, cuando el próximo muerto llegaba a interrumpir las ceremonias de aquel duelo que había venido ocupando el tiempo y el dolor de los amigos, alguien muy íntimo tiraba sobre la mesa del café la idea de levantarle por cuestación un busto al viejo  fallecido, de manera de no dejar a aquel en el olvido, ni dejar bajo ningún concepto de cumplir con entusiasmo al culto que reclamaba el nuevo difunto.

Morirse hoy sería un error

Pero eso era entonces, sí señor, entonces, cuando los domingos olían a arroz con pollo y la cita en el café tenía para los amigos un carácter en cierto modo religioso. Hoy los domingos huelen a gasolina, como todos los días del mundo, y quienes honrarían al muerto están sinceramente muy ocupados viajando o haciendo las maletas para viajar. O atendiendo el celular, que te perseguiría hasta cuando estuvieras en la cama a la luz de una vela, en una habitación perfumada con finos sahumerios de Arabia comiéndote a pedacitos lentos a tu hembra —a lo mejor una caribeña de labios gruesos acabada de llegar a Madrid—. O están rindiéndole culto a ese genio salido de la botella que lejos de servirte —como mintiendo te dijera— te ha convertido en su esclavo.

Excepto en Cuba, claro, donde sólo los elegidos, y alguna gente muy hábil, tienen derecho a Internet, pero país donde, de todos modos, están los más muy ocupados envejeciendo en la cola del huevo, o en la del pescado, o tirados en su casa en el primer asiento como muñecos de trapo a los que le han sacado el relleno, esperando que llegue la puñetera remesa del exterior que no acaba de llegar.

Morirse, hoy, la verdad, sería un error. En Cuba o donde fuera. Un soberano error. Inclusive los que entran en la posteridad, después de la primera semana de muertos, pasan a ser, aun para sus seres más íntimos, tan antiguos como Quevedo, el Dante o Tutankamen. Si a pesar de eso el mundo no los olvida, no es porque verdaderamente los recuerde, es porque existe una importante industria editorial que vive de eso.

EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
La Habana: 'Quiero ser como Michael Moore'
IVáN GARCíA
La Habana: La pasión por las 'Y'
RAFAEL ALCIDES
Fidel y la comida
MANUEL PEREIRA, México D.F.
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir