www.cubaencuentro.com Lunes, 08 de agosto de 2005

 
   
 
Barcelona: Murallas
A diferencia de la Ciudad Condal, La Habana permaneció demasiado tiempo amurallada, y aún sigue estándolo, al menos psicológicamente.
por MANUEL PEREIRA
 

Barcelona y La Habana están solidarizadas por los vestigios de sus murallas. Aquí pueden verse restos de la muralla romana (siglo III d.C), a la que posteriormente se le añadieron paramentos medievales que la hicieron más alta y colosal. Esa antigua muralla emerge aquí, y se sumerge allá, para reaparecer más allá, un poco como el río Guadiana. Sus muñones de piedra nos sorprenden en lugares tan insólitos como pueden ser una boutique de ropa moderna en pleno barrio gótico, el interior de una mercería, el sótano de una vivienda.

Muralla
La Habana: restos de la antigua muralla.

Sus lienzos más conocidos hermosean las inmediaciones de la catedral barcelonesa, sobre todo en tramos de las calles Sotstinent Navarro y Tapineria, que corren paralelas a la Vía Layetana. Adoptando a veces la apariencia de vértebras de monstruos antediluvianos brotando de las entrañas de la tierra, por doquier nos asaltan esas osamentas de piedra, como restos de dinosaurios petrificados. Es lo gótico superponiéndose a lo romano, otro palimpsesto, reminiscencias de antiguas formas de globalización.

Esas murallas circunvalando la ciudad, la ciñen, la rodean… ora como un cinturón de castidad, ora a guisa de escayola, ora como camisa de fuerza. Wiston Churchill decía: "nosotros diseñamos los edificios y luego los edificios nos diseñaron a nosotros". La mentalidad de todo un pueblo queda sutilmente afectada por la morfología arquitectónica que lo ve nacer, lo envuelve y le da amparo.

Así que las murallas nos diseñaron a nosotros, habaneros que nacimos sin saberlo en un escenario digno de un manicomio, o de un campo de concentración, acorralados entre ruinas de barbacanas.

La Habana —hija de España— no podía escapar a ese atavismo de cantería. No en balde tenemos una calle que se llama Muralla, y cerca de la Estación Central de Ferrocarriles surge un gran lienzo, además de garitas aquí y allá, como la de la antigua Cortina Valdés, hoy excavada en sucesión de atrincheramientos didácticos, con cañones decorativos y ladrillos recién horneados —como empastes de dentista—, en la zona conocida como la Maestranza, Parque del Anfiteatro, frente a la Avenida del Puerto.

Allí están además la Cabaña, el Morro, el Castillo de la Real Fuerza, añadiendo fuerza a esa obsesión militar constructiva, a ese complejo de topo o de castor que se prolonga hasta nuestros días con la machacona bobería de cavar trincheras y refugios antiaéreos en previsión de la paranoica e imaginaria invasión americana siempre a punto de llegar.

La Cortina de Bagazo

A diferencia de Barcelona, que rompió para siempre su cilicio medieval, La Habana permaneció demasiado tiempo amurallada, y aún sigue estándolo, al menos psicológicamente. Antes se levantaban muros para defenderse de ataques de corsarios y piratas, ahora perforan la ciudad supuestamente para defenderse de esos nuevos filibusteros que son los americanos.

Por eso el habanero creció de espaldas al mar, como ya he dicho en otra parte. Lo prueban los cementerios de ambas ciudades. Mientras nuestro camposanto está tierra adentro, lejos del agua, el de Barcelona se levanta frente al mar, sus muertos miran al mar, desde Montjuic, ese promontorio salpicado de lápidas y cruces blancas que domina el puerto.

La Habana y Barcelona, ciudades medievales amuralladas. En algún momento de su madurez histórica, ambas rompieron sus respectivos cinturones de castidad. Pero ¿quién ha dicho que el Medioevo está tan lejos o ha sido superado? Hace unos quince años cayó el Muro de Berlín, sin embargo, ya Israel construye a toda prisa otra barrera, el llamado "muro de separación de Cisjordania". O bien surge ese otro parapeto que intenta separar a México de Estados Unidos… también en Ceuta se refuerzan las vallas. Por doquier se abroquelan las fronteras.

Pareciera que esa fiebre de murallas es cíclica, que resurgen como en un eterno retorno, una maldita palingenesia abaluartada, como si la historia de la humanidad pudiera estudiarse a través de sus diversos bastiones, que caen aquí para renacer allá. Así, cada época tiene su muro emblemático, desde la Muralla de Adriano o la de Antonino, hasta la Muralla China, que por cierto es el único monumento hecho por la mano del hombre que puede verse a simple vista desde la Luna, como una cicatriz en la faz del planeta.

Del antiguo "Telón de Acero" hoy sólo queda su prolongación más occidental, la "Cortina de Bagazo" que estrangula a Cuba. Isla que se aísla, y cuya insularidad de suyo ya parece predestinarla a un aislamiento, a una cuarentena que ya dura cuarenta y cinco años. Toda insularidad radical deviene insulinoma, tumor pancreático, hiperglucemia… más aún tratándose de una isla tan sacarífera como la nuestra.

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