www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 2/2
 
Qué falta hace un elefante
No hay escape. No se puede. Eso no está establecido... Toda hazaña es posible mientras no entre en juego la pandemia de la burocracia.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

En un mercado (shopping) de la calle 26, entre 15 y 17, Vedado, hay dos cajas contadoras. Con la inventiva que les caracteriza, los burrócrasos impusieron una regulación que obliga al cliente a hacer colas por separado ante las dos cajas, pues cada una de ellas se encarga de cobrar sólo determinados productos. Donde se paga el importe de un pomo de mayonesa no es posible pagar el de un jabón, etcétera. Mas no sería correcto acreditar esta lindeza a la tienda en cuestión, pues también se trata de una práctica extendida por toda la ciudad.

En las corporaciones, las cadenas hoteleras, los negocios con capital extranjero o mixto, se aplican al visitante, y aun a los propios empleados, mecanismos de accesibilidad que parecen extraídos de los laboratorios nucleares, o de las catacumbas de Roma. Las secretarias semejan robots programados para una sola tarea: entorpecer a toda costa la comunicación con sus jefes. En tanto los llamados Gerentes de Publicidad y Relaciones Públicas devienen auténticos expertos en cerrarle el paso a la prensa y a cualquier otro medio de difusión, salvo cuando sus representantes son directamente enviados (y controlados) por los de más arriba.

Es que el buen pez hasta en el aire nada. Y más por estos predios, donde la burocracia acumula experiencia de más de cuatro décadas como delfín amaestrado para bolear la bola. 

Su avanzada está constituida ahora por la piara de los burrócrasos, cuasi sofisticados ellos, que tratan a la gente de "no, señor, lo siento, no se puede", exhalando todos la misma colonia barata de la jabita de aseo personal que les asignaron a finales de mes. Sin embargo, la base, el nervio, continúan defendidos por los clásicos, los que a pesar de tener que soportar las mismas carencias y el mismo desamparo de aquellos que hacen cola frente a sus oficinas, les miran con altivez, arguyen: "Un momento, compañero, eso no está establecido", y se muestran tan frescos como el berro ante la súplica de una simple firma, un turno, un autorizo.

Las miles de personas que hoy necesitan reparar sus casas, o ampliarlas, o modificarlas, en La Habana, están sujetos a un mecanismo burocrático que en lugar de alternativas extiende trabas, desesperanza y algo más. El solicitante debe empezar por la concertación de una entrevista con el arquitecto de la comunidad, quien sólo atiende diez turnos una vez por semana. En esencia, el objeto de esa entrevista es que el arquitecto lo oriente en cuanto a los pasos que está obligado a dar. Primer paso, concertación de una nueva entrevista, ahora con el inspector de Vivienda. Éste deberá visitar algún día la casa del solicitante para conformar un dictamen técnico. Segundo paso, cuando alguna vez le entreguen el dictamen, tendrá que solicitar una entrevista más para que la Reforma Urbana del municipio apruebe el dictamen y le ponga un sello. Tercer paso, otra entrevista, en esta ocasión con el mismo arquitecto del inicio, el cual deberá visitar nuevamente la casa del solicitante para comprobar si el plano coincide con la construcción. Cuarto paso, nueva entrevista con el arquitecto para que elabore y le entregue al solicitante un nuevo plano donde estén comprendidas las modificaciones. Quinto paso, entrevista con el inspector de Vivienda para iniciar los trámites de la licencia de construcción. Y este es justo el momento en que se tranca el juego.

El solicitante ha empleado muchos meses, años incluso, en entrevistas y gestiones, pero sólo a la altura del quinto paso le exigen la presentación de un documento donde conste que dispone de los materiales necesarios para la construcción y que además los mismos fueron  adquiridos de manera legal. ¿Pero cómo es posible?, preguntarán los ingenuos, sabiendo, como es sabido, que en La Habana no existen comercios minoristas donde puedan ser comprados tales materiales con moneda nacional. La respuesta no está en el viento, sino en ese refrán popular que asegura: "El que hizo la ley hizo la trampa".

Aquella persona que necesita reparar, ampliar, modificar su casa en La Habana, sabe de antemano que no puede cumplir con las exigencias del quinto paso. Así que opta por el viejo y conocido ABC de la artimaña: a) Empieza por ejecutar las construcciones necesarias y luego solicita el permiso, con lo cual gana tiempo y se ahorra molestias, aunque deba disponer de alguna suma en reserva para el intento de soborno a los inspectores cuando vengan a reclamarle. b) Se atiene a los cinco pasos de la solicitud, pero no antes de haber "resuelto" una carta procedente de una productora de materiales para la construcción, la cual se compromete a "entregarle" al solicitante, "por su buena actitud ante el trabajo", los materiales necesarios para la obra. c) Construye con materiales del mercado negro y jamás intenta emprender gestión alguna para solicitar permiso. Tendrá que pagar varias multas. Las paga. En el peor de los casos, podrían dictar una orden para demoler su construcción. Pero como los burócratas son lentos, demasiado lentos para vivir en el oeste, es tal la demora de este trámite que al implicado siempre le da tiempo de comprar papeles falsos y "legalizar" su situación. 

Se dirá que la estrategia empleada por estas personas ni siquiera roza el limpio y eficaz estilo de aquel elefante. Cierto. Pero lo que aquí se está jugando también aventaja con creces las menudas capacidades del corazón de una hormiga. Es la sobrevivencia humana. Además, los hombres no son elefantes. Pueden luchar contra lo imposible, pero jamás conseguirán probar sin tretas lo improbable.

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