www.cubaencuentro.com Lunes, 31 de marzo de 2003

 
Parte 1/4
 
Carta a Jean Baptiste Vermay
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Templetero y pictórico Jean Baptiste Vermay:

Ya sé que seguramente estás cansado de escuchar eso de: "Como Vermay, no hay". Si quieres un jarro de agua fría para que se te bajen los humos y se te asiente el óleo, algo similar, en el mismo sentido, comenzaron a decir los pervertidos amigos de mi barrio sobre un ron medio holguinero, que era como un derivado del formol: "Como el Bariay, no hay". Al menos con un precio tan bajo, y un diseño tan infame, realmente no existía un batido de siboney como aquel en el mercado, y mira tú qué coincidencia, que entre sus efectos secundarios —yo los veía muy primarios— estaba el de darte por el templete. Pero no nos alejemos del cuadro, que contigo, palo y cabuya, hay tela, así que me aguantaré de la brocha por si viene la broma con los peldaños de la escalera, que era otro pintor del momento, aunque tú agarraste más fachada que nadie, y ya lo iremos viendo.

Quiero dejar aquí constancia que tu apellido puede parecer muy guantanamero, y no es precisamente de la oscura zona oriental. Tampoco significa —como cualquier listo estudio puede concluir en su molleja mental— "deseo de observar una mayor cantidad de cosas", si nos atenemos a la típica expresión dominicana. "Quiero vermay", al igual que esa otra: "Vamo a bailay", nada en común tienen contigo en la muralística hazaña que nos dejaste. Aclaro de paso que, el relacionarte con los murales, no te otorga condición de activista de los CDR. Y menos que seas oriundo de aquella zona montañosa de la extinta Unión Soviética. Las lomas rusas son los Urales.

No te bastaba ser solamente pintor, también parecías bastante afrancesado, algo bonapartista y, de ñapa, masón, pero de los de a pie, de los normales, no de esos de Masón y San Miguel. Ser masón —contrario a lo que algunos analfabertos puedan pensar— no tiene nada que ver con el peso corporal, con la grasa, o con la masa boba. La masonería es otra cosa muy seria y disciplinada, sobre todo bastante secreta, y nada lo vincula a que a uno le gusten las gordas o se arrebate con las masitas del puerco. Conozco a otros que siempre hablan de las masas; las masas pa'quí, las masas pa'llá, y eso no los hace masones, sino de una tendencia al cuatrerismo y al masacoteo que da grima, y mucha cólera. Son sangrones, y no hablo de la parte sanguinaria, sanguinolenta o zanguanga. De lo colérico hablaremos después.

Pero lleguemos a tu arribo. Pongámonos arriba de la bola, que no significa cubrir a una rusa. Porque tu llegada a mi isla —¿será mía o lo estoy soñando?— tiene mucho de pictórico, pero bastante de fálico. Un fálico-bélico, con el pincel enhiesto, la brocha inquieta y la templera desbordante de colores. Todo por una espada. O un Espada. Un señor muy maicena de las artes, que era obispo en los ratos en que el apellido se le envainaba. Se llamaba Juan José Díaz de Espada y Landa —que suena parecido a llamarse Manuel Pérez de Cuello y Corbata, o, Jesús de Armas Tomar— y el chiste hubiera salido fenomenal si no hubiera habido un Fernández de por medio. Suele suceder la mayor parte del tiempo; aparece un Fernández y la cosa se complica. Y más si es hispano. Debería estar acostumbrado ya, porque yo mismo soy en ocasiones un Fernández, sin espada, pero de esa tendencia inoportuna.

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3. Inaugurando esa...
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