www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
Parte 2/4
 
Carta a José Domingo Blinó
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Ese globo se llenó de aire en el inicio de todo, casi en el esplendor de Tropicana, cuando en la loma dieron otro show que a nuestros viejos les pareció mejor, pero que se están defecando en la hora en que le dieron al coreógrafo tantas posibilidades de montarnos la pachanga. Entonces, la gente iba a la montaña, para luego hacer en el llano lo que les pareciera, adorados e intocables. Uno bajaba con tres barras y daba incontenible barra después a diestra y siniestra, sobre todo por la siniestra. Otra reflexión y cuclilla mía sobre el cantico es, que tal vez muchísima gente se decide conocer primero el extranjero porque ya conocen muy bien la realidad. Y todo parece más fácil ahora, con la globalización. Y ya nos estamos englobando, así que vamos a soltar hidrógeno.

En la época en que te elevaste sobre los demás, allá en mayo de 1831, el pueblo sufría vicisitudes extremas. Pero, entre vicisitud y vicisitud, se podía hablar cáscara contra España y su Capitán General, que entonces era el General Vives, y la gente comía, y hasta almorzaba, y no te digo nada del desayuno. Y existían cuentapropistas, Dios mío, que no me explico cómo justificaban la compra de galones de Vitanova, aceite, harina de maíz criolla y demás fésferes tan necesarios para meter chiringuito privado. Según cuenta un cronista habanero: "Las ascensiones en globos eran ya un espectáculo en esta villa, en la primera mitad del siglo XIX, como aquella impresionante del francés Theodore". Así que había casi una absoluta libertad para inflar una cosa e intentar hacer floting por encima de las azoteas. Y el aire no estaba todavía tan congestionado de consignas, lo que facilitaba la ascensión. Creo que ahora sería todo más difícil, con esa atmósfera tan cargada que tiene el terruño. Si precario es respirar oxígeno, no sé de dónde va a sacar hidrógeno quien pretenda imitarte.

Porque tú te cansaste un día de ver a tanto extranjero de feria usando el Campo de Marte para volar, y, picado en el nacional orgullo, pusiste manos a la obra. Y no te frenó que fueras hojalatero y jorobado, no sé si precisamente en ese orden. Sólo dijiste por lo bajo —que es lo que se llama verdaderamente rezar— que a ti nadie te jorobaba más de lo que ya andabas, y te pusiste a construir un globo, sin pedirle ayuda al Ministerio de Educación, que luego se convirtió, junto a la Junta Central de Planificación, en una entidad expertísima en fabricar tales artefactos. Fue una temporada maravillosa. Viviste tus días más rectos a pesar de tus defectos, y como no hiciste el globo a tu imagen y semejanza, quedó de lo más bonito y todo. Pasabas por la calle y la gente te señalaba sonriendo, con orgullo, no con ese temblor que uno le adivina hoy a sus vecinos si se pone a coser en su casa tela sobre tela, aunque no llegue a hacer un globo, sino una nueva frazada para la abuela, antes de que ñampie si nadie le manda las pastillas de otra zona atmosférica.

1. Inicio
2. Ese globo se llenó...
3. Y mira qué curioso...
4. Ese glorioso día...
   
 
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