www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 2/2
 
Yo, el mejor de todos
El gobierno cubano inaugura el más relevante y asombroso aporte de que tiene noticias el planeta: la difícil empresa de enseñar sin un profesor en el aula.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Además, les preguntamos, y cada uno de ellos —los pobrecitos, tan nobles—, estuvo de acuerdo en impartir todas las asignaturas. He ahí el tremendo coraje que se gastan nuestros niños. Ahora pueden irse al diablo los pocos profesores capacitados que nos quedan en las secundarias básicas, los cuales, por cierto, siguen en la desbandada con un nuevo argumento, pues según alegan, en el curso que recién comienza los hemos privado hasta de su perfil profesional, transformándolos en simples acomodadores de salas de vídeo.

Pero a ver, díganme, ¿qué otra cosa podíamos hacer? Después que fabricamos en serie a los maestros que no son maestros, estábamos obligados a inventar el modo de impartir clases sin maestros. Por suerte, siempre hay una luz que nos alumbra y, de paso, nos enseña el modo de presentar el revés como victoria.

Fue así como surgió la idea de enlatar en cintas de vídeo el sesenta por ciento de las clases en el nivel medio, incluidas las básicas, todas; mientras que el resto de las materias también viene en lata, pero a través de programas de televisión grabados en estudio y hasta con un nombre bonito: teleclases. Se acabó el abuso que se traen esos capitalistas con los niños, obligándolos a depender de la pantalla todo el tiempo en busca de entretenimiento y diversión. Nosotros los esclavizamos, única y exclusivamente, a lo largo de cinco horas promedio cada día, no más, y es para que se informen. Ahora, eso sí, no pueden apartar la vista, porque el que pestañea pierde. Figúrese usted, si cada vez que a uno se le escapa un dato el Maestro General Integral tiene que ejercer su magisterio parando la película, ¿cuándo, para saludar qué fecha del tercer milenio terminaríamos el curso?

En rigor, está científicamente comprobado que todo aquel alumno que logre mantenerse despierto hora tras hora tras hora tras hora tras hora frente al aparato de televisión, tomando notas a la velocidad del rayo, y sin que se le salten los ojos de las órbitas ni los sesos se le hagan agua, terminará la secundaria básica con un cúmulo de conocimientos mayor que el de los diplomados en Harvard.

No por casualidad se trata del más relevante y asombroso aporte de que tiene noticias el planeta, en la difícil empresa de enseñar sin un profesor en el aula, que explique, proyecte, anime, humanice y mueva la clase, y con educandos que inauguran una nueva era en la historia de la pedagogía, aprendiendo a aprender todo lo que no les enseñan.

Claro que siempre habrá quien se dedique a buscarle defectos a estas profundas transformaciones, con las que de hecho conseguimos poner patasarriba el legado de cuanto gran pedagogo comió pan entre el cielo y la tierra. Y ya que la experimentación nunca fue una ciencia exacta, tampoco faltará el malediciente que se ponga a lanzar sus chinitas. Que si estamos tratando de inventar el agua fría y que si no hay argamasa que no afloje el viento ni teoría hueca que la realidad no desmorone. Pero nosotros, firmes, hacia atrás ni siquiera para coger impulso, que no gratuitamente contamos con el privilegio de esa luz que nos alumbra.

En un final, duélale a quien le duela, también en las escuelas secundarias básicas de esta Isla estamos haciendo una revolución más grande que nosotros mismos. Tan grande es y con un peso tan exagerado, que no quiero estar cerca el día en que se desprenda de su pedestal.

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