www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
Parte 1/3
 
Carta a Álvaro Reynoso
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Cañífero guanimariano Álvaro Reynoso y Valdés:

A mí no me interesa la eternidad; me gusta más diciembre. Tal vez usted pensaba lo mismo en aquel siglo delicioso en que pujaban los compositores anónimos por dejarnos esos profundos manuales de desarrollo, gobernabilidad y conducta que son La caringa y Cómo se empina el papalote.

Mi PH natural, que en algunos pueblos del Maresme catalán conocen con el poético y vacuno nombre de "mala leche", me inclina a sopesar profundamente la posibilidad de utilizar el tema Dale que dale tumba Antonio, como sustituto de nuestro Himno Nacional, o al menos, como marcha alternativa para actos menos oficiales. Eso se lo digo con toda la sacarosa sabrosa que he podido encontrar en mi torrente brau sanguíneo. Como no aspiro, en la Cuba futura, a dirigir un bingo o una timba de barrio, me puedo dar con un cantío de gallo en el pecho, y ejercer como una especie de guasasa modélica, observador anónimo, fuente fidedigna sin alánimo, en mi condición profunda de demócrito cristiano.

Hoy que amanecí extrañamente dulce, me dio por pensar en su vida, en sus sobras, en cómo, a pesar de haber nacido en Alquízar y tener nombre de músico, se ladró un nombre por sus propios méritos. Comencé a seguirle las huellas vegetales para tenerlo de cuerpo completo, sobre todo ahora que el Estado cubano casi ha vencido la anunciada batalla contra el monocultivo, ese mal que siempre ha azotado la Isla. Si el monocultivo significara cultivar monos, tal vez ese trozo de tierra que actualmente es amenazado con desertificarse —no confundir con desertar— y que algunos ilusos denominan "patria", fuera más rentable. Quizá cotizara en bolsa, aunque fuera bolsa negra.

Porque es tremendo eso de que siempre nuestro destino dependa del azúcar, como si fuéramos diabéticos. El producto no está del todo mal, pero es una verdadera salación vivir pendiente de sus delirios. Que si sube, que si baja, que si no se refina bien a pesar de los esfuerzos culturales, que si los sacos, que si no los sacas, que si el yute, que si el yeti, que si el yate.

Aquí se me ocurre un magnífico, maravilloso, incomparable juego de palabras, una parábola, un spot, un fuego de parábolas que pudiera resumir nuestra historia de los últimos 50 años; algo que sintetice los objetivos de aquellos esforzados marineros del Granma, desembarcados coloradamente por Las Coloradas, al mando de un mangante de manglar: "El yate tumbó el yute". La manera más efectiva de salir del puñetero monocultivo, es, como ha pasado ahora, dejando de cultivar la caña e irse a comprar azúcar a otra bodega. Cero caña. Fuera catarro. Y más ahora que me acabo de enterar que también se saca azúcar de la remolacha, que es un árbol más decorativo y no hay que estarlo macheteando tanto.

A mí, plin. Aunque no deja de ser doloroso cambiar de palo pa' rumba así, viendo que el resultado económico, cultural, racial de un país que lucha por alcanzar su nacionalidad adulta ha estado, desde el inicio de los tiempos —es decir, desde que se le acabó el tabaco a Guamá y trajeron a un mandinga sustituto—, imbricados profundamente con la dulce gramínea.

¿Qué importancia tendrán ahora, cuando se planifican las futuras y felices generaciones de alegres degenerados, sólidas instituciones espirituales como Cecilia Valdés, el cepo, la brujería en Jovellanos, los guaguancoses del puerto de Matanzas, el aguardiente Coronilla, parte de los estudios de don Fernando Ortiz, El cuentero de Onelio Jorge —con sus mentirosos posteriores—, el delicioso aroma de la miel de purga en los bateyes —esa especie de Cañel No 5, más afrodisíaco que el pollo a la jardinera búlgaro—, gran parte de la obra poética de Nicolás Guillén, los helados Guarina, los costumbristas cabuses, el cargo de mayoral, las paredes de bagazo, el Melao de caña cantado por Oscar D' León, el Órgano Oriental con su metáfora de trapiche atascado, el murciélago de Bacardí, las antológicas narraciones deportivas de Bobby Salamanca y la burdajada de escuelas, repartos, talleres, hospitales, dulcerías, timbiriches patrióticos que llevan el nombre de Jesús Menéndez? ¿Qué vamos a hacer con todo eso? Si ya habíamos perdido la inteligencia emocional, qué más da que nos quiten ahora El ingenio.

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