Si una imagen vale más que mil palabras, cuánto no valdrán aquellas en las que aparecen pulcrísimas celdas con las camas exquisitamente tendidas, que tienen como colofón toallas enrolladas en forma de cisne. Eso de las toallas en forma de cisne me hace recordar el concepto de "estética" desarrollado en las inolvidables escuelas en el campo de nuestra juventud.
En un país acostumbrado a convertir cuarteles en escuelas y reveses en victorias, una inspección a los dormitorios era la señal automática para convertir toallas en cisnes. En esas escuelas, "estética" no era la "teoría de la belleza en general y del sentimiento que despierta en los seres humanos". No. La "Estética" era definida como "un objeto cualquiera que sirviera para adornar las taquillas de los dormitorios". Y cuando quiero "un objeto cualquiera", me refiero a cosas que estaban en el rango ornamental, que va desde un patico plástico a un pomito de colonia relleno con agua coloreada. De ahí que se pudieran escuchar frases como las siguientes: "¿Quién me cogió mi estética?" o "Juan me tiró una estética por la cabeza y me la partió".
Pero volvamos al tema que nos ocupa. Temo que las estimulantes imágenes de las cárceles cubanas hayan provocado una fuerte reacción en los habitantes de la Isla. No creo que hayan pensado: "Pero qué bueno y generoso es nuestro gobierno, incluso con aquellos que han sido condenados por los delitos cometidos". No lo creo. Me imagino a los televidentes, sentados en la sala de su casa, mirar a su alrededor y preguntarse: "¿Qué es lo que tenemos que hacer para estar allá adentro?". Y esto puede ser contraproducente, porque entonces las imágenes destinadas a despejar las calumnias que se dicen sobre las cárceles cubanas podrían terminar resultando una incitación al delito.
Todo aquel que quiera hacer un alto en su agitación cotidiana, apartarse del mundanal ruido, conocerse a sí mismo o simplemente resolver su problema de vivienda podría verse impulsado al robo, el asesinato o, en caso extremo, al tráfico de carne de res. O peor aún. Pudiera suceder que los aspirantes a reos sean de esa gente que no se siente especialmente inclinada al delito común y prefiera respetar los diez mandamientos. Siempre les quedaría la opción de formar parte activa de la disidencia, con lo que el gobierno cubano tendría ante sí un reto muy duro de enfrentar: ¿Cómo dar albergue en las cárceles a tantas personas sin que sea afectada la calidad en los servicios que se les presta?
La crisis carcelaria que se avecina, tras la exhibición de estas imágenes en Cuba, es inminente. Muchos querrán ser encerrados lo más pronto posible, antes de que se extienda la fama de las prisiones cubanas y las autoridades decidan meter en ellas sólo a extranjeros.
Se imponen medidas drásticas. Se me ocurre que las penas de cárcel para los delitos más graves pueden sustituirse por prisión domiciliaria en las barbacoas de Centro Habana. No se me ocurre otra cosa, aunque creo que con eso será más que suficiente.
Por otro lado, todavía hay quienes, pese a las evidencias presentadas, insisten en las viejas falacias y afirman que aquello que vio la prensa durante su visita a las cárceles cubanas, no es más que un montaje. Según esto, podría suponerse que los presos que alabaron las condiciones de vida en la cárcel fueron sobornados con una reducción de sus condenas. Esta hipótesis fue rápidamente desmentida por Julio Zamora, uno de los presos entrevistados durante la referida visita de la prensa. "¿Están locos? ¿Para qué quiero yo que me saquen de aquí? ¡Después de lo bueno que se ha puesto esto!", declaró rotundo. |