www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
Parte 3/3
 
Carta a Eduardo Abela
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Miami
 

Nada de eso. Ese breve corpiño o bata de seda, sensual y casi siempre rojo punzó, brillante y de apariencia suave, usualmente transparente, que oculta y ofrece, que obliga a adivinar las curvas que se admiran, y donde la empella y los salvavidas obtienen apariencia apetitosa, se llamó, se llama y se llamara "bobito". ¿Qué es el bobito sino la transparencia que se intenta ocultar? Tapa y no tapa. Dice pero no afirma. Reafirma pero no lo hace con procacidad. Sinuoso, envolvente, donde hay más de lo que uno piensa que de lo palpable. El bobito obliga a comprobar si es realidad o puro delirio, enfermedad mental, lujuria pasajera, desorbite textil. Una señal para el masacoteo. El banderín abierto para abrir compuertas —en este caso la llamada portañuela o bragueta, que son el inicio de la libertad—.

Usted pintó un bobito alejado de lo sexual. Una prenda que todos aceptamos para un uso determinado, pero que, en su inocencia de vitrina traía vitriolo en conserva. Su Bobo opinaba. Era un Bobo que, en su afabilidad desarmada, interpretaba, en su bobería, la realidad de otra manera. Un Bobo al que nadie podía acusar de antipatriótico, pues hablaba con "el Maestro", con su banderita y su tranquilidad ciudadana. Un gordito que "no estaba en nada", que no aparentaba —ni le importaba— esa ansiedad cubana por ser el cabronazo de la vida, el que le sabía un mazo a todo, la fiera, la bestia, el que más irrigaba por los conductos urinarios. Era el gil, el pasmao, el tonto de la colina.

Era el perfecto para decir socotrocacias morrocotudas. Para soltar una absurdidez. Para empinar la chiringa en el momento en que todos estaban para cosas más serias, que es ese deporte casi nacional y clandestino —el deporte que deporta— llamado "hablar mal del gobierno"; que en uno tan largo y absurdo como el que nos ha tocado ahora sería "hablar de la cosa", "hablar de lo mismo" o "chapoletear".

Claro que, con hablar, aunque tenga globitos, no se resuelve mucho ni se tumba un mango, pero es un consuelo entre tanta asfixia. Y la fórmula de hacerse el bobo a ver cómo adornan la funeraria, se ha usado mucho, muchísimo, al punto de que ya el mismo Estado editó su manual. Lo cierto es que El Bobo, su Bobo, dio jan y contracandela durante siete largos y buenos años, hasta 1934, pasando de La Semana a La Información, Diario de la Marina y El País. Eso si era prensa y lo demás ha sido bobería. Siete es otro número cabalístico, junto al tres invertido, antes de que todo llegue a acabalarse como pasó en el postre, que es como decir a postreriori.

Lo raro es que la baba marco con buena flema en un país donde se repudia al sanguango y se castiga la guanajada. No de balde —y paleta— las frases que más se escuchan son: "Chico, deja la bobería", "Este tiene una bobería ahí…", "Caballero, agilen y dejen al bobo en la casa", "¿Qué te pasa, Masa Boba?" o "No tengo hambre, comí una bobería ahí". La bobería es minucia, pan con na, inutilidad no peligrosa.

La prensa nos prensó con tantos rollos de papel, de esos que se conocen como bobinas. Nos hicieron bovinos, y el hombre nuevo no llegó vivo a tercera base, porque le entró una bobera, una sonsera, una guacarnaquería pegajosa y duradera. Yo mismo me sorprendí, muchísimas veces, diciendo esa sanguanguería de: "A mi el apagón que más me gusta es el de ocho a doce". Y hubo un día en que hasta me senté frente al televisor, con el sano propósito de disfrutar de otro discurso, y un objetivo lisiado: ver qué cosa nueva decía el Uno.

Ese día elevé la baba. Vendí el babero y me eché bajo el brazo a su Bobo, nuestro Bobo, ese que nunca más asomó la mejilla redonda y el ingenio afilado. Se llevó la banderita cuando comenzamos a tomarnos las cosas demasiado en serio. Y ya no se fabrican Bobos como el suyo. Tal vez por eso la gente sigue bobando a babor y a estribor.

Abela y a farol chino,

Ramón

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