Fidel Castro había dado su anuencia para la realización en La Habana del foro La Nación y la Emigración, que presuntamente terminaría acercando al fidelismo con los sectores moderados de la diáspora de Miami. Se quiso ver en ello el principio de un proceso que condujera a la normalización de los viajes de los emigrados a la Isla, con la disminución de tensiones que ello aparejaría y un más cómodo flujo de divisas hacia la debilitada economía cubana. En esas estábamos cuando el jefe de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en Cuba, James Cason —el "guapetón con inmunidad diplomática", según lo llamó el Comandante con gracejo criollo— se reunió con un grupo de periodistas disidentes en su residencia.
Probablemente, el lance de Cason no fue ingenuo ni casual. Fue una provocación perfectamente calculada cuyo propósito era sabotear los intentos de acercamiento entre los cubanos de uno y otro lado, y el objetivo fue logrado con largueza. La maniobra fue impecable. La cúpula gubernamental antillana debiera estarse preguntando si la respuesta no fue excesiva. Cuando menos es reveladora de que los nervios en la Isla están muy alterados. La vigorosa batida a la bolsa negra, y luego esta recogida de periodistas independientes, hacen pensar que un racimo de temores y presagios recorre los pasillos del poder.
En México, los legisladores de los partidos de centroizquierda —el PRI y el PRD— sostienen un apoyo inercial a la Revolución Cubana, estimulado con los gratificantes viajes que de vez en cuando realizan para tomarse la foto con Fidel y, de paso, pasar revista a las mulatas del Tropicana. Pero ni por asomo se cuestionan la situación de los derechos humanos en la Isla. De esta pereza mental se valen los promotores de los irreflexivos respaldos automáticos a lo que La Habana pida. El repudio generalizado que en Guadalajara recibieron los reventadores a sueldo en los debates en la Feria Internacional del Libro, revelan que el resto del país, especialmente los sectores informados, ha abandonado la era de los apoyos románticos o incondicionales.
Si hemos de ser francos, hay que reconocer que de poco sirven las resoluciones de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Año tras año se condena o se invita a Cuba a mejorar las libertades y los derechos de los ciudadanos, pero éstos progresivamente empeoran, y como decía cierto alcalde habanero, "lo bueno de esto es lo malo que se va a poner".
Si la caída en la captación de divisas, la declinación de los flujos financieros y turísticos se van a ver acompañadas de más represión, no se auguran tiempos mejores para la vida de los individuos en la Isla. Y es que en el exterior no se entiende el paradigma que, parafraseando al Papa, el régimen pretende seguir como consigna: "Que el mundo se abra a Cuba sin que Cuba se abra al mundo". |