Si esta posición era válida en 1998, resulta inexplicable que algunos partidos latinoamericanos desconozcan que esa "apertura política" nunca llegó a realizarse. Lo peor es cerrar los ojos en estos momentos, cuando todavía están frescas en la memoria de la opinión pública mundial las condenas de 75 disidentes pacíficos a 1.475 años de cárcel, por los delitos de expresar su opinión en artículos publicados en la prensa extranjera, otros por recoger firmas para el Proyecto Varela y algunos por mantener una biblioteca independiente en sus domicilios.

Si en algunos de los países latinoamericanos donde se encuentran estos dirigentes no fueran respetados los principios democráticos, en realidad serían ellos los que estarían en las cárceles o en el exilio. Pero esas son las contradicciones en las que caen algunos, que disfrutan del privilegio de vivir en democracia, pero se niegan a reconocer que el régimen de La Habana es la negación de ese sistema.

Hace cinco años, cuando Castro se dedicaba a ganar tiempo y emitir señales de que estaba dispuesto a permitir algunos cambios, estuvo en La Habana el entonces presidente de la IS, el francés Pierre Mauroy, quien apostó por un "diálogo abierto" con Cuba.

Mauroy, ex primer ministro de Francia y presidente de la IS desde 1992, se reunió dos veces con Castro, con quien conversó durante unas diez horas. "Los medios y las vías para conseguir nuestros objetivos pueden ser distintos —señaló—, aceptemos esas diferencias, pero también tenemos puntos comunes, hablemos de un diálogo que se ampliará, tenemos la voluntad de crear un clima para ello".

"Pero quisiéramos —dijo— ir un poco más lejos. Si abrimos un diálogo no va a ser únicamente para hablar y para vernos de vez en cuando, sino para que estemos informados de lo que ocurre en Cuba".

Precisamente, por mantenerse bien informados de lo que sucede en la Isla es que la IS fue una de las organizaciones internacionales que condenó los arbitrarios arrestos de marzo pasado.

También, en 1998, estuvo en Cuba el entonces secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Joaquín Almunia, quien dijo que su partido apoyaría cualquier tipo de petición que La Habana haga a la Unión Europea y, concretamente, el ingreso cubano al grupo de países de África, Caribe y Pacífico (ACP).

Ya es conocido que, con la soberbia que lo caracteriza, Castro ha rechazado toda colaboración y ayuda de la Unión Europea, así como el ingreso en el grupo ACP.

Corrían los tiempos en el que el defenestrado ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Robaina, pronunciaba declaraciones como las siguientes, después de entrevistarse con Almunia: "Cuba entiende que España es su interlocutor más válido para cualquier tipo de negociación con la Unión Europea".

Lógicamente, los dirigentes del PSOE —importante fuerza política en el seno de la IS— se han cansado de que el régimen de Castro les tome el pelo.

En lo que se refiere a los latinoamericanos, si bien es comprensible que Daniel Ortega, dirigente del Frente Sandinista, siga siendo fiel a Castro —su mentor y consejero—, resulta menos explicable que esa posición sea compartida, por ejemplo, por los socialistas chilenos.

El daño que provocan algunos socialistas latinoamericanos, ciegos y sordos ante la realidad cubana, se medirá en el futuro. El aliento a regímenes neopopulistas como el de Hugo Chávez, en Venezuela, representará la negación de los ideales del socialismo democrático.

Es lamentable la posición protagonizada en Sao Paulo por esos dirigentes latinoamericanos que, al defender a Castro, cavan su sepultura de contradicciones, y con ella el ideal del socialismo, sin terminar de comprender que en la Isla no existe la izquierda, sino simplemente el castrismo.