No obstante, más preocupante para la administración Bush han sido las recientes declaraciones del ex coordinador antiterrorismo Richard A. Clarke y el testimonio público que brindó a la comisión bipartidista que investiga los atentados del 11 de septiembre. Clarke, quien ocupó altos cargos en los organismos de seguridad nacional desde la década de los ochenta y luego llegó a ser el máximo asesor antiterrorismo con Clinton y Bush, publicó un libro la semana pasada en el que critica con dureza a ambos por no haber hecho lo suficiente para prevenir los atentados. Si bien Clinton no sale muy bien parado en el libro, Bush queda peor, pues según Clarke su gobierno le restó importancia a la amenaza que representaba la organización terrorista Al Qaeda, e incluso después de los atentados del 11-S, el presidente y varias figuras de su gabinete insistieron en culpar al dictador iraquí Sadam Husein.

Los comentarios de Clarke, que se suman a declaraciones similares del ex secretario de Hacienda estadounidense Paul H. O'Neill, mantienen ocupada la atención de la Casa Blanca en momentos en los que Bush esperaba pulir su imagen de decidido estadista. La respuesta de la Casa Blanca ha sido implacable. Al ver amenazado el eje de la estrategia reeleccionista de Bush —su actuar en los días que siguieron al 11 de septiembre y su liderazgo en la lucha contra el terrorismo—, los asesores presidenciales han lanzado toda una campaña para descalificar a Clarke. Sin entrar a analizar los méritos de las afirmaciones del ex asesor, la Casa Blanca lo ha acusado de querer promover las ventas de su libro y de actuar impulsado por motivos políticos.

El daño a la imagen de Bush no acaba ahí. La asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, aunque contestó en privado a las preguntas de los miembros de la comisión, inicialmente se había negado a testificar en público, escudándose en el llamado "privilegio ejecutivo". Recientemente el gobierno la ha autorizado a comparecer, y al parecer lo hará.

Los sondeos

Aunque las últimas encuestas sobre las elecciones presidenciales le otorgan ventaja a Kerry, la diferencia entre ambos candidatos es mínima y ambos campos auguran unas elecciones tan reñidas como las de 2000. Bush ,sin duda, se ve favorecido por su condición de actual gobernante, que le garantiza una mayor presencia en los medios de comunicación, algo que, a la vez, lo expone a un mayor escrutinio de sus errores.

En sondeos realizados a mediados de marzo por la empresa encuestadora Gallup para el diario USA Today y la cadena CNN, Kerry sale como el candidato que realizaría una mejor gestión en cuestiones como la salud, la economía, la educación y el déficit presupuestario; mientras que Bush haría una mejor labor en la lucha contra el terrorismo y en política exterior. Otras encuestas han confirmado estos resultados, aunque con márgenes divergentes para ambos candidatos.

Al igual que en las elecciones de 2000, Bush goza de apoyo mayoritario en los estados del sur y el oeste, mientras que Kerry es favorito en los estados del noreste, el medio oeste y la costa del Pacífico. Según el sistema electoral en vigor en Estados Unidos, donde el voto no es directo sino que el votante elige a un colegio electoral, para ser presidente un candidato necesita 270 votos electorales de un total de 538.