www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
Entre Nayaf y el abismo
¿Cómo es posible que 150.000 soldados de 35 países, que afirman contar con el apoyo de la población iraquí, no puedan reducir a un 'millar de insurrectos'?
por FARID KAHHAT, México D.F.
 

En abril del año pasado las tropas estadounidenses hicieron su ingreso triunfal en la ciudad de Faluya sin encarar mayor resistencia. A diferencia de las tropas británicas que controlaban Basora, los soldados estadounidenses no convocaron a las autoridades locales para coordinar el ejercicio de las funciones de gobierno en la ciudad. Más aún, su primera acción consistió en tomar posesión de la principal escuela de Faluya para convertirla en su cuartel general.

Soldados EE UU
Estrategia en Irak: ¿parte del problema?

Cuando sectores de la población protestaron por ese hecho, las tropas estadounidenses dispararon sobre la multitud e hirieron de muerte a 16 civiles. Durante los funerales de esas personas se produjeron nuevos disturbios, en los cuales ocho civiles más perecieron a manos de los soldados. Desde entonces, Faluya se ha convertido en el epicentro de la revuelta contra las tropas de ocupación en Irak.

Sin embargo, aún quedaba el consuelo de que la insurrección se encontraba acotada dentro del denominado "triángulo sunnita" en Irak. Cualquiera que fuera su actitud frente a la ocupación, las fuerzas representativas de la mayoría árabe chiíta no se habían levantado en armas contra ella. Pero entonces las "fuerzas libertadoras" que habían invadido Irak —presuntamente para democratizarlo— deciden, sin mediar proceso judicial alguno y sin consultar con ninguna autoridad iraquí, clausurar el periódico Hawza, vinculado al clérigo chiíta Moqtada Al Sadr.

Acto seguido proceden a arrestar a Mustafá Yacoubi, vocero de su organización. Cuando esas acciones derivaron en previsibles manifestaciones de protesta, los soldados estadounidenses iniciaron un intercambio de fuego que fue el preludio de la insurrección en Nayaf, que se esparció luego como reguero de pólvora por las zonas de mayoría chiíta en el país.

Cabría poner lo dicho hasta aquí en contexto. Según la versión inicial del gobierno estadounidense, la resistencia armada en Irak obedecía a fuerzas vinculadas al antiguo régimen. Por ende, se esperaba que menguara hacia diciembre del año pasado, tras la captura de Sadam Husein y la muerte, en meses previos, de sus hijos Uday y Qusai. Cuando esas previsiones no se materializaron, la nueva encarnación del mal fue Abu Musab Al Zarqawi, presunto representante de Al Qaeda en la región.

La pregunta obvia

Ahora que enfrentan una rebelión sin vínculo alguno con unos u otros, atribuyen la inestabilidad en el país a un "puñado de facinerosos y asesinos" (para emplear los términos de George W. Bush), sin mayor respaldo popular. Nadie en la administración Bush parece formularse la pregunta obvia que esas presunciones debieran suscitar: ¿Cómo es posible que 150.000 soldados de 35 países que afirman contar con el apoyo de la población, y que ocupan el país con el propósito de convertirlo en una próspera democracia, no puedan reducir a un millar de insurrectos que, según esa versión, no encuentran cobijo en la sociedad iraquí?

Pero formularse esa pregunta implicaría admitir la posibilidad de que sus propias acciones inciden sobre el nivel de resistencia que encuentran sus tropas. En lugar de admitir esa posibilidad, la administración Bush prefiere reiterar hasta la saciedad que Estados Unidos perseverará en su actual estrategia en Irak, cuando todo parece indicar que la estrategia misma es parte del problema.

Hacia inicios de abril, Estados Unidos tuvo un atisbo de lo que pudo ser la guerra urbana que lograron evitar en Bagdad: sólo cuatro días de combates en Faluya produjeron la muerte de unas 500 personas (la mayoría de ellas civiles), además de unas 80 muertes entre las tropas estadounidenses.

Durante el compás de espera abierto tras el precario cese al fuego declarado en Nayaf y Faluya, columnistas como Fareed Zakaria y medios como la revista The Economist (que apoyaron la guerra en Irak), han conminando a la administración Bush a que, en lugar de emplear medios militares para desarticular a las milicias de Al Mahdi, emplee los medios políticos y económicos a su disposición para "cooptar" (expresión empleada por ambos) a su líder, Moqtada Al Sadr. La razón no es obviamente que Al Sadr sea un dirigente particularmente sensato y propenso al diálogo, sino que en las condiciones actuales Estados Unidos no puede darse el lujo de alienar a nuevos sectores de la sociedad iraquí.

El temor en concreto es que grupos sociales que hoy en día apoyan o, cuando menos, toleran la ocupación, se movilicen en contra de ésta, en caso de que las tropas estadounidenses provoquen grandes bajas entre la población civil al intentar capturar Nayaf y Faluya (cosa que, a juzgar por los combates en esta última ciudad, es bastante probable).

Más aún, se teme que parte de esa población se una a la resistencia armada, en cuyo caso la operación militar no haría sino multiplicar los problemas que enfrenta la ocupación. Por lo demás, si las tropas de ocupación aparecen en imágenes propaladas a todo el Medio Oriente por Al Jazeera y Al Arabyia victimizando al pueblo que presuntamente pretenden liberar, habrá más gente proclive a encontrar persuasivo el argumento de Al Qaeda, según el cual Estados Unidos es un enemigo declarado del Islam.

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