www.cubaencuentro.com Miércoles, 08 de septiembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
¿Torturar o no torturar?
Derecho humanitario, eficacia y ética. Ejercer la autoridad con amabilidad puede ser más rentable que imponerse por miedo.
por JOAQUíN VILLALOBOS, Oxford
 

Durante una conferencia sobre temas de seguridad, un participante me preguntó: "¿Frente a una situación en la que un prisionero tiene una información que puede salvar vidas, es correcto o no emplear métodos que faciliten obtener esa información?". La respuesta a esta pregunta es el centro del debate sobre seguridad en el mundo actual, ya sea en temas policiales o militares.

Atentados
Irak, escenario del caos.

Paradójicamente, en Estados Unidos el tema de las torturas en Irak fue exageradamente menos importante que cuando se interpelaba al presidente Bill Clinton por el caso Lewinsky. Los castigos a los responsables fueron patéticamente desproporcionados en relación con el daño que le ocasionaron estos hechos a Estados Unidos. No hubo destituciones importantes, bastó pedir disculpas y regañar a los ejecutores, al tiempo que un porcentaje importante de los norteamericanos consideraba que esos tratos eran normales.

Esto supone que la cadena de mando, desde la Casa Blanca hasta los soldados torturadores, consideró estar haciendo lo correcto. La idea de que el fin justifica los medios ha prevalecido a lo largo de la historia en el ejercicio de la autoridad. Las torturas que los judíos y romanos le hicieron a Jesucristo, los católicos cristianos se las hicieron después a los herejes durante la Santa Inquisición. Si el tema se aborda desde el punto de vista ético, se pueden decir muchas cosas sin que cambie nada, aun cuando se acepte la responsabilidad, y buena parte del debate tomó ese camino.

Efectivamente hay una dimensión ética del tema, pero el corazón del debate es acerca de la eficacia en el empleo de la fuerza, porque ese camino termina coincidiendo con la legitimidad, la legalidad y la ética. Antes de la invasión a Irak, el problema principal para la seguridad del mundo era el terrorismo, después de las torturas y los fracasos estadounidenses, el problema principal es que la primera potencia militar del planeta no sabe emplear su fuerza con inteligencia y eficacia, tiene la prepotencia como doctrina y con ello, en vez de terminar con el terrorismo, lo multiplica.

¿Democracia afeminada?

Gustavo Gorriti, especialista peruano, escribiendo sobre cómo veían los teóricos militares franceses del siglo pasado el tema, dice que éstos se fascinaban ante su enemigo: el comunismo y la guerra revolucionaria de Mao Tse-tung y Ho Chi Minh, y afirma que esa fascinación provenía de que en el fondo despreciaban profundamente la democracia liberal y le cuestionaban a ésta "su falta de resolución y cobardía". La guerra contra el comunismo, dice Gorriti, era para los franceses una guerra religiosa que debía librarse como una nueva cruzada, descartando la "afeminada democracia".

La tortura, la pena de muerte informal, el exterminio en masa de la base social enemiga y el uso del terror han sido pilares de las estrategias de seguridad más universalmente aplicadas, y lo mismo que hacían los estadounidenses en Vietnam lo repitieron los comunistas soviéticos en Afganistán, y ambos fueron derrotados.

A inicios de los ochenta, en Guatemala se cuestionaba a los militares salvadoreños por no reprimir con mayor fuerza. En aquel país triunfó el ejército con un estimado de 250.000 muertos, y en El Salvador, el ejército se vio obligado a negociar después de 80.000. Eficacia y uso ilimitado de la fuerza han estado ligados.

El ex presidente estadounidense James Carter fue odiado y considerado nefasto por las derechas autoritarias latinoamericanas, debido a que su política de derechos humanos les estorbaba. Los conceptos de tolerancia, legitimidad, prevención, persuasión, conquista política y, por supuesto, derechos humanos estaban separados de la eficacia.

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