Mal anda la campaña por la presidencia de Estados Unidos, cuando ambos candidatos apelan cada vez más en sus discursos a los sentimientos religiosos de los electores. En el presidente George W. Bush es natural este llamado a la fe, ya que desde la llegada al poder se ha considerado un "mensajero de Dios". Pero en su oponente, el senador John Kerry, implica una táctica de última hora que suena a desesperación ante la imposibilidad de cobrar la delantera en los días finales antes del momento cumbre, cuando los norteamericanos decidirán en las urnas el futuro de la nación y de gran parte de lo que ocurra en el mundo durante los próximos cuatro años.
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Matrimonio Bush, al salir de un culto evangélico. |
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De acuerdo con las cifras, Kerry lleva las de perder en este terreno. Aproximadamente el 42 por ciento de los habitantes de EE UU se considera evangélico o "nacidos de nuevo" —la autodenominada forma de clasificarse que caracteriza a los que como Bush dicen haber "encontrado al Señor"—, quienes practican una religión cristiana, dividida en múltiples iglesias y sectas, aunque todas con el denominador común de una práctica religiosa protestante.
Hay también unos cuatro millones de evangélicos que no votaron en noviembre de 2000, nuevos electores cuya amplia mayoría posiblemente se incline hacia el presidente.
Kerry, por su parte, profesa la religión católica, aunque su posición antidogmática respecto al aborto, la investigación con células madre y los matrimonios homosexuales le ha ganado la oposición de destacadas figuras de la institución católica en este país.
La coraza de Bush
Desde su llegada al poder, Bush ha hecho del fundamentalismo cristiano la coraza ideológica que rige sus acciones. Incluso en varias ocasiones ha empleado el término "cruzada" para referirse a su guerra contra el terrorismo, lo que ha provocado siempre la necesidad de desmentidos y aclaraciones —por parte de sus voceros y funcionarios— para no aumentar aún más las tensiones con los musulmanes del país y el resto del mundo.
Al tiempo que este alarde de fe es una de las características más notorias —y criticadas— de la personalidad del mandatario, su apoyo sostenido a la causa cristiana ha sido uno de los pilares electorales que mayores dividendos le ha brindado. En la actual campaña, las iglesias han actuado como centros de reclutamiento de votantes, los pastores han urgido a sus feligreses que voten por Bush y multitud de fieles han expresado la creencia de que "Dios está usando al presidente en su lucha contra el Maligno".
Según una encuesta luego de las elecciones de 2000, realizada por la Universidad de Akron, más de dos tercios de los que dijeron asistir al menos una vez por semana a la iglesia, votaron por Bush. No quiere esto decir que todos los cristianos sean ciegos abanderados del actual presidente, pero nunca como ahora —en la historia reciente de EE UU— la religión ha desempeñado un papel tan clave en las decisiones ante las urnas.
Kerry ha intensificado las referencias bíblicas en sus últimos discursos con el afán de ganarse a los votantes indecisos, quienes continúan siendo la gran incógnita electoral. Una táctica política válida que no impide la sospecha de que, una vez más, se coloque a la defensiva y haga el papel de caja de resonancia —en un sentido opuesto— frente a las propuestas de Bush.
El fundamentalismo cristiano tiene claro lo mucho que puede ganar si el presidente es reelecto. Bush les ha ofrecido mayores recursos económicos a las instituciones benéficas de las iglesias y sectas, la continuación de la prohibición de fondos federales para las investigaciones con células madre y el proseguir la erosión de la distinción primordial entre Iglesia y Estado.
Pero lo más importante es la certeza de que un segundo mandato de Bush implicará la nominación de uno o más magistrados a la Corte Suprema. Estas nominaciones constituyen una prioridad presidencial, e incluso sin el apoyo del Congreso —en la actualidad ambas cámaras están en manos de los republicanos— no quedaría otra opción que aceptar a jueces conservadores.
De esta forma, se rompería el precario equilibrio existente en el Supremo, y éste se inclinaría irremediablemente a la derecha, con la posibilidad de que el aborto sea prohibido o limitado a los casos extremos. |