www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 2/2
 
Una mirada (desde Europa) sobre las elecciones en EE UU
por PIO E. SERRANO, Madrid
 

En su afán reduccionista se llegó a cuestionar una democracia con más de doscientos años de existencia, portadora de una ininterrumpida sucesión presidencial a lo largo de su historia —Guerra de Secesión y dos guerras mundiales incluidas. Este recelo, proveniente de un continente tan marcado por sus inconsistencias democráticas, no ha dejado de ser alarmante para un espectador sereno.

En la lógica perversa del descrédito se ha llegado a lanzar sobre el candidato republicano el epíteto preferido por los europeos para descalificar al adversario: fascista. El fascismo es un fantasma que atormenta la conciencia histórica europea. Una conciencia culpable que todavía no ha resuelto la fascinación con que grandes sectores de este continente (la Alemania nazi, la Italia fascista, la España falangista, la Francia de Vichy, la Austria de Seyss-Inquart, la Noruega de Quisling, la Rumania de Antonescu, la falsa neutralidad de Suecia…) se dejó seducir por los arrebatados discursos antidemocráticos del momento.

El obstinado antinorteamericanismo que sacude a Europa cada cierto tiempo y que las recientes elecciones han avivado podría parecer alimentado por las ascuas, no del todo apagadas, de las viejas "ideologías de consentimiento", al decir de Camus, derrotadas en el pasado siglo. O, más sencillamente, por un antiguo resentimiento, cuyo origen se puede rastrear en el desplazamiento de los viejos imperios por la fogosa nación americana a finales del siglo XIX, sobre el que Lenin alertara en su momento.

Podrá complacernos o no el resultado electoral en EE UU, y ambas posturas son legítimas, lo que no se puede ignorar es la poderosa capacidad de autocorrección y autocrítica de la sociedad norteamericana. Es posible que no exista otra sociedad con una disposición tan plural y dinámica para poner al descubierto, denunciar y derrotar sus propios males extremos.

Ninguna otra prensa, otra literatura, otro cine, otra sociedad civil es más consistente en la vigilancia de las libertades que concede su Constitución. Recuérdese que el maccarthismo y la guerra de Vietnam fueron derrotados por la sociedad norteamericana, la misma que expulsara a Nixon, o que el triunfo de los Derechos Civiles fue el resultado de una gigantesca movilización de la sociedad civil.

En esta ocasión los norteamericanos han optado de manera incontestable por el candidato que la mayoría ha considerado que mejor se ajusta a los intereses y necesidades de la nación. Y esos intereses, por más que algunos se nieguen a reconocerlo, tienen que ver más con un sistema de valores que con discrepancias profundas sobre la guerra de Irak.

Hubo una corriente de opinión europea que insistió erróneamente en oponer un Kerry "pacifista" a un Bush "belicista". Ambos candidatos sostuvieron campañas similares sobre la necesidad de perseverar en preservar la seguridad del país y en no escatimar esfuerzos por perseguir al terrorismo islámico allí donde se refugiara.

En el caso cubano tampoco creo que las posiciones de los dos candidatos fueran extremadamente diferentes. Después de que Clinton, en el momento en que se estudiaba un posible alivio del embargo, viera cómo Castro ordenaba el derribo de las avionetas para frenarlo, los demócratas comprendieron que no había posibilidad alguna de dialogar con el régimen cubano. Kerry no habría caído en la ingenuidad —¿o más bien irresponsabilidad?— con que el gobierno español pretende abrir un espacio de entendimiento con La Habana.

Podemos estar seguros de que la sociedad norteamericana permanecerá vigilante y alerta, como siempre, para que sus doscientos largos años de democracia no sean vulnerados.

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