En la actualidad, y dado el crecimiento demográfico de Estados Unidos, el total de votos electorales suma 538: un voto electoral por cada uno de los 100 senadores, más un voto electoral por cada uno de los 435 diputados de la Cámara de Representantes, y tres votos electorales correspondientes al Distrito de Columbia.
Para llegar a presidente, un candidato necesita ganar por lo menos 270 votos electorales. En caso de empate (269 votos electorales para cada candidato), la Cámara de Representantes se encargaría de elegir al presidente, con la particularidad de que cada delegación estatal tendría un voto.
En 48 estados de la Unión, el ganador del voto popular se lleva todos los votos electorales de ese estado. La excepción son Nebraska y Maine, donde los votos electorales se dividen proporcionalmente, según el número de votos alcanzado por cada candidato.
Que el ganador del voto popular en 48 estados de la Unión se lleve todos los votos electorales de ese estado, tiene importantes repercusiones para la ciudadanía. En sitios como California y Nueva York, que tradicionalmente votan por los demócratas, o Kansas y Oklahoma, que generalmente lo hacen por los republicanos, los candidatos presidenciales apenas hacen acto de presencia.
Excepciones, reglas y peligros
La razón es que, según las encuestas, se da por sentado que la mayoría de la población de tales estados ya se ha decidido a votar por un candidato. Por lo tanto, las maquinarias partidistas —tanto demócrata como republicana— destinan sus recursos a los llamados swing states, como Ohio, Pennsylvania y Florida, donde las encuestas indican que el electorado permanece indeciso.
El modelo electoral estadounidense ha producido resultados contradictorios. En tres ocasiones (1876, 1888, 2000), el candidato ganador ha perdido el voto popular, pero ha sido elegido presidente porque ha alcanzado la mayoría de los votos electorales. En el ejemplo más reciente, Bush fue proclamado presidente al conseguir 271 votos electorales frente a los 266 de Al Gore, quien recibió medio millón más de votos que el primero. Lo que en el pasado fue una excepción, en el futuro se pudiera convertir en regla, en particular si las elecciones transcurren en un clima tan polarizado como el actual.
Otra consecuencia del modelo electoral vigente es que el bipartidismo sale afianzado a expensas de los candidatos independientes o de terceros partidos. En las elecciones de 1992, el candidato conservador Ross Perot recibió nacionalmente el 19% del voto popular, pero no obtuvo ningún voto electoral ya que sus partidarios no se concentraban en ningún estado en particular.
Tras el resultado de las elecciones de 2000 y el fiasco de la Florida —estado en que Bush ganó por 537 votos—, algunos alzaron sus voces para criticar el sistema electoral estadounidense y proponer su reforma. En aquel entonces, el influyente diario The New York Times había defendido el sistema en un editorial. Ahora soplan otros vientos.
Ante la posibilidad nada lejana de que se repita el resultado de las elecciones de 2000 y ello conlleve a una crisis constitucional, el pasado 29 de agosto la página editorial del diario neoyorquino abogó por la eliminación del colegio electoral: "Es un modelo ridículo, que coarta la voluntad de la mayoría, distorsiona las campañas presidenciales y tiene el potencial de producir una verdadera crisis constitucional. Debe surgir una iniciativa bipartidista a favor de la elección directa del presidente".
Para modificar el sistema de colegio electoral, sería necesario que una mayoría de dos tercios —tanto de la Cámara de Representantes como del Senado— propusiera y aprobara una enmienda constitucional a tal efecto. Luego, tres cuartas partes de los estados de la Unión tendrían que ratificar la enmienda. |