El más reciente involucra con licitaciones del gobierno a dos parientes y a un amigo de Lagos, que sigue gozando, no obstante, de respetable aceptación popular. La positiva gestión del mandatario se constituye en un pilar para la ex ministra de Defensa Michelle Bachelet, carta del oficialismo con las más amplias posibilidades de convertirse en la primera mujer en ocupar la presidencia de la nación.
Que un político con la reconocida capacidad de Miguel Insulza, entonces jefe de gabinete de Lagos y ahora secretario general de la OEA, le ofreciera otra invitación a JP para negociar su participación en los comicios, dice bastante de la significación y el peso del ala heterogénea. Sus entidades líderes han padecido inhabilitación para acceder al parlamento, a causa de un binominalismo que las casas políticas dominantes no parecen preocupadas en deponer. Contradictoriamente, admiten que esta situación lesiona la democracia.
Divisiones en la derecha
Con el estremecimiento que provocó la irrupción en la carrera presidencial de Sebastián Piñera, otrora senador y presidente de RN, se espera que la Concertación insista en mejorar sus lazos con JP, en particular para una segunda vuelta muy probable. Buscador de consensos, el empresario Piñera soportó con estoicismo la traición reiterada de sus lealtades hacia la derecha conservadora. La extraña circunstancia duró hasta que en mayo pasado una reunión de su partido decidió proclamar a Piñera como presidenciable, en abierta rebelión contra la UDI, que constantemente le echaba en cara su hegemonía.
Al doctor en ciencias económicas de Harvard se le tiene como el más carismático, versátil, alegre, talentoso y, con mucho, el más acaudalado entre los aspirantes a mandar en La Moneda. Un político aquí argumentó que la postulación de Piñera es un misil no contra la socialista Bachelet, sino contra Joaquín Lavín, hasta mayo sempiterno candidato único de la derecha.
A favor de Piñera también acude su voto antidictatorial, que hizo público en el referendo de 1988. A pocas semanas de su entrada en campaña, las encuestas lo ubican peligrosamente cerca de Lavín, en segundo puesto, pero alejado de Bachelet.
En un país donde la política quiere fraguar una imagen que oscile en el centro y hasta la derecha conservadora coquetea a menudo con posiciones tradicionalmente de izquierda, JP valida un antiguo programa de igualdad y justicia social, aunque la procesión vaya por dentro. Será en su diseño económico en donde deberán convencer a los electores de que su programa propiciará el crecimiento y no empobrecerá ni desestabilizará el país.
¿Por dónde se legitima en definitiva el mosaico descrito? Se legitima en la pobreza que, a pesar del ostensible avance económico y social y el esfuerzo innegable de una Concertación con tres lustros en el poder, todavía persiste. Pero se autentifica igualmente en la asimetría de la distribución del ingreso, una de las más acusadas del Tercer Mundo. Basta apuntar que el 20 por ciento más pobre recibe el 3,3 por ciento del ingreso nacional, mientras el 20 más rico obtiene el 62,2 por ciento.
Mucha agua correrá bajo los puentes de aquí a diciembre, sobre todo en un país donde la democracia vio la luz desde la tiranía y el crimen. En esta cesárea reside tal vez el origen de los anchos espacios a la zancadilla, el golpe bajo y el doble estándar que salpican con harta regularidad al entramado político chileno. Con JP cuentan miles de ciudadanos, en especial aquellos que aún no se inscriben o han votado en blanco en comicios precedentes.
Acaso valdría la pena una última consideración. En la circunstancia improbable de que JP no cumpliera ninguna de las expectativas anotadas y no ascendiera en su peso específico, una oposición como esta se vislumbra imprescindible en el camino hacia un desarrollo armonioso de la democracia chilena. |