www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de abril de 2003

 
  Parte 1/3
 
El elefante en la cristalería
Penas excesivas hasta para el Código de Hammurabi: ¿Qué hay detrás de la masiva batida contra la disidencia interna?
por JORGE A. POMAR, Colonia
 

Por estos días la silenciosa mayoría de indiferentes y los amigos y enemigos del castrismo que se dignen desviar la vista de ese Nintendo bélico en que se ha convertido la Mesopotamia de Nabucodonosor, se preguntarán perplejos qué motivos puede tener La Habana para desencadenar semejante oleada de arrestos contra la disidencia pacífica, y mucho menos para pedirles a los
Fidel Castro
encartados penas de 15 años de prisión a cadena perpetua por inocuos "delitos" de conciencia, excesivas hasta para los legisladores del célebre Código de Hammurabi. La desmesura de las autoridades indica que la política de (relativa) tolerancia y contención aplicada hasta ahora ha perdido eficiencia, no surte el deseado efecto de dique virtual. Y es que, como suele suceder con los fenómenos subversivos, la oposición pacífica en Cuba está a punto de desbordar los lindes de la marginalidad para convertirse en norma social. En este sentido, el Proyecto Varela fue la voz de alarma para el régimen.

En otras palabras, la galopante proliferación (y fusión) de grupos disidentes por todo el archipiélago cubano, ha puesto peligrosamente de moda las actitudes contestatarias. Ocurre aquí un poco como con los ritmos y cultos afrocubanos, que a principios del siglo XX eran fenómenos marginales reprobados por la alta sociedad, y ya en los años 20 eclosionaban, pasando de golpe y porrazo de la categoría de estigma nacional a la de genuinas expresiones de la cultura criolla. Una evolución similar ha realizado la disidencia interna. Al haber alcanzado cierta masa crítica, ésta puede muy bien actuar como levadura social [para usar un símil de cervecero, ya que estamos en Alemania] en el volátil "mosto" del descontento nacional. Así pues, estaríamos en presencia de una de esas periódicas cirugías profilácticas efectuadas por el Gobierno para separar el "mosto" (las masas) de la mosca muerta de la "levadura" (la disidencia) antes de que algún suceso fortuito añada a la peligrosa mezcla el contagioso "lúpulo" aromatizante, y lo que aún es un ligero mareo grupal se trueque en generalizada borrachera subversiva.

Se trata de impedir el salto dialéctico de los "cambios cuantitativos" a los "cualitativos", o bien [favor de no espantarse con la terminología marxista; Marx también dejó algunos instrumentos de análisis aprovechables] de impedir que las atolondradas "conciencias en sí" de los individuos se articulen y cuajen en una colectiva "conciencia de o para sí" catalizada por esa incipiente sociedad civil independiente en que contra viento y marea se ha convertido la disidencia interna. De dejarlas llegar al punto de no retorno, las fuerzas productivas del país, que siempre lo han intuido, tomarían pública conciencia del desfase existente entre su alta cualificación profesional y el asfixiante corsé de interdicciones en que las constriñen las inmutables relaciones de producción castristas. Con lo cual el Estado socialista podría ser víctima de la dialéctica letal diagnosticada a título exclusivo al sistema capitalista. En tiempos de crisis dentro de la crisis, la pesadilla de esta ley de hierro marxista atormenta al Máximo Líder, que se recuesta en su diván freudiano en busca del exorcismo adecuado. Al final, saca las mismas conclusiones de siempre en estas situaciones, y se levanta dispuesto a cortar por lo sano. Es lo que ha sucedido. Las consecuencias las están pagando en carne propia nuestros compatriotas de la disidencia, que irán a hacerles compañía a esos otros gérmenes de descomposición (a)social arrestados en masa en las recientes redadas contra el tráfico de droga y la bolsa negra.

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