www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
  Parte 3/3
 
Firmas
Nuestra historia está poblada de rúbricas, aunque no todas son comparables: Algunas encarnan la valentía del firmante, otras su instinto de supervivencia.
por LUIS MANUEL GARCíA, Madrid
 

En cuanto al Mensaje desde La Habana…, hay que subrayar, ante todo, que se trata de intelectuales y artistas cuya obra, en la inmensa mayoría de los casos, prestigia a la cultura cubana. Apunto esto porque para mí está muy clara la distinción entre el autor y su obra. Entre ellas, hay firmas que no sorprenden, dado que se trata de intelectuales que son, al mismo tiempo, funcionarios del régimen. En esos casos funciona, sin dudas, la disciplina de partido. Otras firmas no dudo que hayan sido actos de honrada adhesión al texto. Si algo soñamos los cubanos es una patria donde todos tengan el derecho a expresar libremente sus ideas; y que nadie sea encarcelado por hacer públicas las suyas, algo que, contradictoriamente, aceptan de forma tácita los firmantes del "mensaje" cubano. En el resto de las firmas puede que haya una gradación que va desde la histeria bélica inducida hasta el cinismo. Si alguien lee hoy la prensa cubana, y sólo la prensa cubana, única a la que tienen acceso los ciudadanos de la Isla, la impresión es que los portaaviones norteamericanos están fondeados a la vista del Morro, y que la invasión es inminente. Puede que eso compulse a algunos a adherirse a una (i)lógica de plaza sitiada, ignorantes de que Bush y Rumsfeld han descartado categóricamente una acción militar contra Cuba, y que las denostadas organizaciones del exilio se han manifestado, mayoritariamente, contra cualquier iniciativa bélica. En otros casos funciona, simplemente, la conveniencia. Negarse a firmar en Cuba un "mensaje" de esta naturaleza, si eres compulsado a ello, entraña riesgos para las carreras profesionales que muchos escritores y artistas no están dispuestos a correr. El más obvio es que de repente todos tus permisos de salida (un cubano necesita la autorización del Gobierno para viajar) se traspapelen, se demoren o nunca lleguen, haciendo que el artista pierda conciertos, conferencias, exposiciones, que constituyen sus medios de vida; quedando degradado, de hecho, a cubano de a pie, a merced del racionamiento. No es nada nueva esa actitud. Ya es casi "normal", en la lógica de la doble moral, que ese intelectual presuntamente "orgánico" reconozca en petit comité que firmó tal manifiesto o hizo tal declaración porque "no le quedaba más remedio", aunque aquí, entre nosotros, reconozca todo lo contrario. Ni es raro que en privado te abrace en Madrid quien horas más tarde te negará el saludo en público. 

Aún así, se constatan en el "mensaje" ausencias notables, de donde se deduce que creadores de primera línea que hasta hace no mucho se adherían irrestrictamente a los pronunciamientos del régimen, han asumido el "hasta aquí hemos llegado" de Saramago, aunque no dispongan de la libertad necesaria para hacerlo explícito. Hace quince años se habrían contabilizado doscientas firmas al pie de esta carta. Hoy no llegan a la treintena.

He leído recientemente textos indignados ante estas rúbricas que apoyan con su prestigio la barbarie represiva del Gobierno, y que exigen un "compromiso" a los firmantes. Hago constar mi desacuerdo con esta actitud conminatoria por una sencilla razón: la heroicidad no se exige, y menos desde el exilio, a buen recaudo de la represión. Aplaudo la estatura moral de quienes en la Isla ejercen su libertad de disentir, asumiendo todas sus consecuencias. Comprendo con tristeza el silencio de quienes ejercen el miedo cotidiano como un expediente de supervivencia. Lamento la crédula inocencia, o el fanatismo ciego, de quienes continúan creyendo a pie juntillas el cuento del lobo feroz y la angelical caperucita roja. Y siento una infinita lástima por aquellos intelectuales que han adquirido cierta dosis de tranquilidad y algunas prebendas al precio de alquilar sus nombres para causas en las que no creen. A ellos también se refiere el diccionario de la Real Academia, cuando habla de "firmar un cheque en blanco", algo muy peligroso cuando es otro quien consignará el precio de tu dignidad. Decía Roberto Fernández Retamar en los albores de la Revolución: "Nosotros, los sobrevivientes, / ¿A quiénes debemos la sobrevida?", y esa será la pregunta que algún día deberán responder a sus propias conciencias.

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