www.cubaencuentro.com Miércoles, 28 de mayo de 2003

 
  Parte 1/3
 
Otro futuro mejor es posible
La visión totalitaria del socialismo y la personalidad de Fidel Castro son hoy los principales peligros para la seguridad nacional cubana.
por JUAN ANTONIO BLANCO, Ottawa
 

Fidel Castro ha justificado sus recientes acciones represivas como ineludibles medidas de seguridad nacional. Según La Habana, los yanquis están fabricando una crisis migratoria masiva como pretexto para convertir a Cuba en Irak. La retórica altisonante de Washington y su persistencia en la política de confrontación con La Habana contribuyen a darle credibilidad a las palabras del gobernante cubano pese a que cualquier analista de EE UU podría clarificar que se requiere de una acción sorpresiva y muy grave
Bandera
Un obstáculo camino a Santa Clara, Las Villas. 7 de mayo de 2003.
iniciada por Cuba para que cambien las prioridades de Washington en los meses venideros. Para nadie es secreto que la visión maniquea del mundo de la Administración Bush representa peligros potenciales —no sólo militares— a la seguridad de más de una nación. Pero valdría la pena preguntarse si en el caso de Cuba todos los peligros a la gobernabilidad del país provienen del exterior, como esos relámpagos que irrumpen en cielo sereno.

Cuando 3000 habaneros tomaron el malecón en 1994, en espontánea explosión contra el Gobierno, Fidel Castro —y después de tener engavetadas por más de tres años todo un conjunto de propuestas de funcionarios y académicos aperturistas—, se rindió ante la evidencia: no estaba seguro de que su elite de poder aceptaría que se llegase a reprimir con violencia las crecientes manifestaciones de descontento popular. "Esta guerra hay que ganarla con frijoles, no con cañones" aseguró Raúl Castro. Y vino un tiempo de aperturas tímidas, pero reales. Creímos que "otro socialismo mejor era posible en Cuba". Se estaba configurando el embrión de una visión diferente y multidimensional de la seguridad nacional. Pero esa nueva doctrina conducía a una mayor libertad y descentralización del poder, con las que Fidel Castro no quería o no podía congeniar.

A mediados de 1995 ya se veían los resultados. El país había reconstituido sus vínculos comerciales con naciones de América Latina, Canadá y Europa. Crecía a más de un 7% su PIB. Los potenciales balseros iniciaban microempresas con trabajo propio creando riquezas y empleos adicionales. Se oxigenaba la creatividad intelectual y los debates sobre el futuro del país se desplazaban de los tradicionales grupos disidentes a las instituciones y personas comprometidas con una visión alternativa, pero aún socialista. El presidente Clinton amenazaba con vetar la Helms Burton y mejorar las relaciones con Cuba en su segundo mandato. El país parecía avanzar hacia una reinserción económica mundial, en un ámbito de mayor seguridad en su relación bilateral con EE UU y en una atmósfera de distensión doméstica. Los que entonces éramos un grupo amorfo de funcionarios e intelectuales promotores de estos cambios hacia un nuevo paradigma de desarrollo socialista creímos tener, finalmente, a Fidel Castro de nuestra parte. Imperdonable error.

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