www.cubaencuentro.com Jueves, 10 de julio de 2003

 
  Parte 1/3
 
Las lógicas de la locura
Tras violar escandalosamente los derechos humanos en Cuba, Fidel Castro fue recibido a cuerpo de rey en Argentina.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

¿Se habrá vuelto loco?, se preguntaron algunos, impresionados por lo que a todas luces parecían pisadas de elefante ante eventos como la reunión de Ginebra y la intención —y necesidad de La Habana— de integrarse al Acuerdo de Cotonú. ¿Es que estaba Fidel Castro bajo el efectos de una rara esquizofrenia o los muchos años acababan de pasarle la cuenta irremediablemente? Las preguntas surgían mientras se leían, unas tras otras, las noticias relativas a la oleada represiva en la Isla, pero seguramente inquietaron por poco tiempo. Una meditación no muy dilatada las ponía fuera de lugar.

Fidel Castro
Castro, Kirchner. Una imagen vale más que cien palabras.

Consideraciones políticas más o menos sagaces no pueden ocultar que los 75 disidentes fueron encarcelados en el centro de una coyuntura donde los reiterados secuestros de medios para escapar a Estados Unidos mostraban una franca desobediencia al sistema. Esto fue lo que llevó al paredón a los tres secuestradores de la popularmente conocida como Lanchita de Regla. Los argumentos para justificar esta decisión llegarían a posteriori, enfundados en un ataque militar contra Cuba. De esto último descree hasta el más romo de sus ciudadanos.

El sistema cubano se asienta, como diría Foucault sobre el Estado del siglo XIX, en una disciplina que no excluye la muerte y, desde luego, en la genuflexión. Pasar cierto límite —y eso era lo que sucedía en abril pasado— hiere el corazón del régimen, la base de su solidez estatuaria. Las medidas para retornar a esa solidez política condujeron a las violaciones escandalosas, condenadas en casi todas las esquinas del planeta, de los derechos humanos.

Si en otros tiempos miles de personas abandonaron el país en unos días, lo hicieron con la anuencia expresa del mandatario. Y los activistas existían de igual manera, tolerados por el poder, aunque éste se sintiera mortificado. La estabilidad de ese poder fue lo que en abril se puso en solfa. Frente a tal dilema, Ginebra y Cotonú se convertían en asuntos de poca monta, subsidiarios de la razón primordial.

Ejercer una profesión durante casi toda una larga vida provee de ciertas agudezas. El gobernante cubano conoce o intuye la volubilidad de las sociedades humanas, las oscilaciones de la simpatía, las tortuosidades siempre cambiantes de la política. Exorcizado el peligro de desestabilización, asegurada la disciplina y con ella el poder, ya habría tiempo para discutir derechos humanos en Ginebra. Por cierto que perder en la ciudad suiza una nueva votación no debió lucirle demasiado importante, ya que sin antecedentes tan descomunales la mayoría de las veces había perdido. Ya habría tiempo también, en fin, para negociar Cotonú.

Después del remezón provocado por las prisiones y asesinatos, se preveía una nueva calma, un nuevo espacio donde insertar los objetivos de La Habana. Parece ser que una característica de los seres humanos reside en su incapacidad para mantener por largo tiempo la indignación, absorbida siempre en la pelea por vivir, en el problema más próximo, en las apetencias del cuerpo, para utilizar una palabra grata a la sociología y la psiquiatría moderna. A esta fugacidad de la indignación se le suele llamar olvido. La visita que recientemente efectuó el "Comandante" a Argentina muestra el remanso quizá pronosticado en voz baja, adonde las aguas siempre vuelven.

1. Inicio
2. Si antes las relaciones...
3. Aunque a los verdaderos...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
La enfermedad infinita
CARLOS A. AGUILERA, Graz
La reaparición de Pedro
ARNALDO YERO, Miami
Las razones de la sinrazón
JORGE A. POMAR, Colonia
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir