www.cubaencuentro.com Jueves, 18 de septiembre de 2003

 
   
 
El antimarxismo del último reducto
¿Comer o ser cultos? La gran disyuntiva del socialismo cubano en medio de su tragedia económica.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
 

Cuba ha venido a ser la vitrina museable de un sistema sociopolítico que vivió en el siglo XX sus grandes glorias y derrumbes. La formación económico social comunista pretendió liberar al hombre esclavizándolo y enaltecer al individuo anulando sus valores, su identidad y sus derechos más elementales. Los líderes y teóricos del gran experimento se ufanaban de los vicios y deficiencias del capitalismo, incapaces de ver con ojo autocrítico el
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Vida cotidiana: más panfletos políticos, menos alimentos.
divorcio inevitable entre sus discursos y la realidad. Tal divorcio fue carcomiendo hasta los propios cimientos del sistema que finalmente se diluyó, con los escombros de un muro de triste recordación, ante la ciega vanidad de las encumbradas cúpulas y la inmovilidad complacida de las supuestamente aguerridas masas.

Pero como en el trópico todo se complica o exagera, los gobernantes cubanos, haciendo caso omiso de sus resonantes fracasos, sin siquiera ser capaces de cumplir la elemental y autoimpuesta responsabilidad de proveer tres comidas diarias a cada ciudadano, anuncian, con la altisonancia que los caracteriza, su nueva meta trascendental: convertir al pueblo cubano en el más culto del mundo, para lo cual se disponen programas y recursos que en nada se corresponden con las muy deterioradas capacidades productivas y comerciales de la nación cubana.

La ciencia reconoce a Carlos Marx como un certero analista de la historia y las condiciones socioeconómicas de su tiempo, y como un deficiente previsor del futuro, en tanto desconoció las posibles particularidades específicas de los tiempos por venir y las todavía inexploradas potencialidades del sistema capitalista que él observó en sus estadios primarios; sin embargo, fue exacto al definir esa elemental condición social del género humano cuando dijo que el hombre antes de hacer política, ciencia, arte o religión debe tener un techo, comer y vestirse para, en fin, pensar de acuerdo a cómo vive. La vida sigue probando que hasta en la interpretación de sus "Clásicos" los comunistas hacen prevalecer sus intereses particulares e inmediatos.

¿Puede acaso una nación pretender caminar hacia el megalómano objetivo de alcanzar una suprema y extendida cultura general integral, en el mundo globalizado e interdependiente de hoy, cuando sus ciudadanos están privados de las elementales libertad de movimiento, creación e información, donde no hay espacio a la natural diversidad y pluralismo que caracteriza a las sociedades modernas, y donde la censura y el control político de los espacios culturales, educacionales y científicos son el amargo pan nuestro de cada día? ¿Es acaso posible alcanzar altas cotas de instrucción y cultura donde las tan difundidas bondades de Internet y las redes internacionales de televisión son una lejana aspiración para la inmensa mayoría de la población?

Agotada la etapa de las improvisaciones y los descabellados experimentos económicos, lejanos en el tiempo los subsidios comerciales y financieros que apoyándose en intereses ideológicos y geopolíticos sustentaron durante décadas un precario espejismo de estabilidad económica, y cuando los sectores tradicionales (azúcar, tabaco, ganadería) y emergentes (turismo, biotecnología, producciones industriales cooperadas) padecen colapso o estancamiento —a todas luces irreversibles—, cabe preguntarse sobre qué fundamentos materiales pretenden nuestras autoridades erigir tan ambicioso proyecto.

Impracticables en el Caribe son los modelos asiáticos de recomposición del sistema. Los espacios socioeconómicos que en el lejano oriente (China y Vietnam) significan considerables niveles de prosperidad económica y estabilidad de los poderes establecidos, en nuestra bulliciosa ínsula occidental implicarían el detonante de las duras penas y contenidas ansias de libertad y autodeterminación que de manera natural bullen en cada cubano.

Paradójicamente, la última bandera del último reducto del comunismo internacional adolece de un antimarxismo garrafal, una inversión social de alto y largo aliento sin los imprescindibles sustentos económicos, algo que contradice las leyes naturales, humanas y divinas; así como los designios esenciales de los clásicos del marxismo.

Alcanzar para todos por igual las más altas cumbres de la cultura y el saber humano es una aspiración sana y legítima, pero allí no se llega por decreto o por el caprichoso voluntarismo de la imposición. Para engrandecer al hombre por la cultura todos los esfuerzos son válidos, pero el obligado primer paso es reconocerle la libertad que por condición natural le corresponde.

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