www.cubaencuentro.com Miércoles, 22 de octubre de 2003

 
   
 
Signos de derrota
'Los disidentes' y la contraofensiva diplomática castrista. Cuando el debate se sustituye por la injuria.
por MANUEL DíAZ MARTíNEZ, Canarias
 

Durante demasiados años, la prensa, incluida la conservadora, y la opinión pública del mundo, con la intelectualidad en primera fila, se mostraron mayoritariamente afectas a la revolución cubana, sin querer aceptar, pese al creciente cúmulo de evidencias, que esa revolución, tan esperanzadora en sus inicios, se había transformado en una dictadura. Una dictadura ciertamente singular: nefasta simbiosis de absolutismo estalinista y caudillismo latinoamericano.

Saramago
Saramago: 'No se puede confundir el gobierno de un país con el pueblo de un país'.

Hace seis meses, el Gobierno cubano encarceló (con penas de hasta 28 años dictadas en juicios sumarísimos) a 75 opositores, entre ellos 26 periodistas independientes, y fusiló a tres jóvenes negros que secuestraron una embarcación para irse del país. Tales hechos, nada novedosos en Cuba, tuvieron la virtud de, ¡al fin!, abrirles los ojos a muchos empecinados admiradores del castrismo, quienes acudieron a los periódicos para condenar esos abusos y hacer pública su ruptura con el régimen.

Cuando, con motivo del Caso Padilla, hace tres décadas, prominentes intelectuales (Sartre, Simone de Beauvoir, Ítalo Calvino, Carlos Fuentes, Jorge Semprún, Vargas Llosa, etcétera) se distanciaron de la revolución cubana, Castro, que estaba en el cenit de su popularidad, los llamó "ratas" y se mostró complacido de que gente tan poco revolucionaria se apartase de él. Hoy, más aislado que nunca y con su desacreditado proyecto político en fase terminal, el gobernante caribeño no puede permitirse el lujo de dejar, sin intentar evitarlo, que gran parte de la izquierda ilustrada que aún lo consentía —desde Saramago y Günter Grass hasta Almodóvar y Mercedes Sosa— le vire la espalda.

Como espera que rectifiquen quienes lo han abandonado y teme que sigan las deserciones, Castro está invirtiendo dinero del hambreado pueblo cubano en promover una campaña mediática, cuyo fin es convencer al mundo de que los disidentes cubanos (en gran parte opuestos al embargo) no son patriotas sino viles mercenarios a sueldo de Washington, y que Cuba (ahora en alegres relaciones comerciales con varios Estados norteamericanos) tiene que tomar medidas drásticas, contra sus enemigos internos, ante el peligro inminente de ser visitada por el Séptimo de Caballería. Para esta campaña ordenó a los copistas de Palacio la composición de dos libros destinados a enlodar la disidencia. Ahora andan los copistas palaciegos de país en país mostrando sus obras.

En Canarias tuvimos hace poco a la coautora de uno de esos libros. Su misión aquí, aparte de mentir, incluía entrevistar a Saramago, para lo cual, en compañía de la embajadora cubana en España, visitó al novelista en su casa de Lanzarote. ¡Toda una ofensiva diplomática para reconquistar al Nobel portugués!

En la entrevista, Saramago dijo que él no ha roto con Cuba. Como era de esperar, habida cuenta de la perversa manía de identificar a Cuba con Castro, el periódico habanero Juventud Rebelde, que publicó la entrevista, destacó triunfalmente esa declaración. Está a la vista que Juventud Rebelde se propuso presentar a un Saramago arrepentido y vuelto al redil de Castro. Tan es así, que el escritor se ha visto obligado a aclarar (lo ha hecho desde Sao Paulo, mediante la France Press) que no ha modificado su declaración de ruptura con el Gobierno cubano, y puntualizó: "no se puede confundir, y no se debe en circunstancia alguna, el gobierno de un país con el pueblo de un país".

Esta anécdota y la campaña difamatoria contra los disidentes vuelve a demostrar que cuando una causa es indefendible y está derrotada, sus partidarios sustituyen el debate por la injuria, la mentira y la manipulación de la realidad.

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