www.cubaencuentro.com Miércoles, 11 de agosto de 2004

 
  Parte 1/2
 
Weyler a debate
La peligrosa idea de justificar voluntades en nombre de 'imprevisiones'.
por MIGUEL FERNáNDEZ-DíAZ, Miami
 

Un "picadillo inolvidable", hecho por el poeta Gastón Baquero (1918-1996), ha despertado la memoria afectiva de Vicente Echerri para darnos en Los ecos de la mala fama (Encuentro en la Red), otra versión del general Valeriano Weyler y Nicolau (1838-1930): "las decenas de millares de muertos que provocó en Cuba [con] su bando de reconcentración fueron más el resultado de la imprevisión y de graves fallos logísticos que de la voluntad expresa de un genocida".

Bando
Bando firmado por Weyler para la 'Reconcentración'.

Esta revisión histórica descansa en la opinión de Baquero, esgrimida por Echerri como argumento de autoridad, sin percatarse de la noción filosófica subyacente: la historia sin sujeto, que Louis Althusser (1918-1990) derivó de Marx y que cualquiera puede utilizar para urdir justificaciones impersonales. Deslumbrado por el ideal comunista, Fidel Castro emprendió la construcción del socialismo en Cuba; las consecuencias desagradables sobrevinieron por imprevisión y fallas logísticas antes que por la expresa voluntad tiránica.

Al parecer de Echerri, Weyler no previó que por "falta de albergues, alimentos e higiene", los reconcentrados "empezaron a morir por millares, víctimas de las enfermedades y el hambre (...) La corrupción y la ineficacia administrativa que minaban el poder colonial fueron en gran parte responsables". Weyler no habría escarmentado con el ensayo en Pinar del Río y "extendió la reconcentración a las provincias de La Habana, Matanzas y Las Villas, con resultados aún más pavorosos".

La justificación de Echerri es dubitativa: "Tal vez creyó que era el precio —incluido el de su propio prestigio— que había que pagar por la victoria; tal vez fue incapaz de entender el gigantesco capital político que le costaría a España esa victoria". La mala fama del general traería entonces su causa última de haber sido "infatigable e implacable en la persecución del enemigo". Tan implacable como la lógica de Echerri: "pasando por alto los fallos logísticos que le impusieron un saldo tan grande de víctimas civiles", el plan de Weyler fue "un modelo de la lucha contrainsurgente que se ha aplicado, con algunas variantes y diferentes resultados, en los más diversos escenarios".

Lo que dicen los libros

Estas reflexiones aparecen a poco de ver la luz Memorias de un general: de caballero cadete a general en jefe/ Valeriano Weyler (Madrid, Destino, 2004), con prólogo del historiador Carlos Seco y epílogo de María Teresa Weyler, nieta del general. Según el prologuista, estas memorias (que Weyler dictó, siendo ya nonagenario, a su hijo Fernando) desmontarían muchas falsedades en torno al capitán general designado por Cánovas del Castillo para sofocar el movimiento independentista cubano. Toda la "mala fama" provendría de la prensa amarilla yanqui, que quiso convertirlo "en un monstruo" para apoderarse de Cuba. María Teresa sube la parada historiográfica: su abuelo no sólo se abstuvo de recurrir a "métodos de exterminio", sino que "habría evitado el desastre del 98 (...) si le hubieran dejado acabar la guerra [hispano-cubana]".

Echerri confiesa "que aún no h[a] leído el libro", pero intuye que "debe proponerse insistir en la reivindicación de [Weyler] no sólo por lealtad de familia, sino por fidelidad a los hechos históricos". A este respecto menciona la "biografía bastante seria" de Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada: Weyler. Nuestro hombre en La Habana (Barcelona, Planeta, 1997). Sólo que esta obra ilustra ejemplarmente cómo un general excéntrico, de nombre y costumbres militares un tanto prusianas, mujeriego y amante de los caballos, tacaño y malhumorado, duro e insobornable, puede seducir a sus biógrafos hasta el punto de cegarlos sobre las atrocidades que cometió en Cuba.

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