www.cubaencuentro.com Lunes, 06 de septiembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Las mulas de oro
Elogio y diatriba de la 'green card': ¿cómo pueden los cubanos soñar con un futuro de orden, si son incapaces de honrar las leyes de su república prestada?
por NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles
 

Se les acusa de haberse acogido a la Ley de Ajuste Cubano sólo para regresar descaradamente, unos meses más tarde, al lugar donde fueron perseguidos. Cargados de chucherías, los vemos en aeropuertos de terceros países burlando las leyes del primero, del que los acogió ingenuamente. Nadie niega que esta situación se ha convertido en un relajo: los cubanos nos las arreglamos para introducir el choteo, un elemento desorganizador, hasta en las relaciones de víctima y victimario.

Card
Tarjeta de residencia de EE UU: ¿Nacer de nuevo y pagar el diezmo a Castro?

Entonces, ¿cómo podemos soñar con un futuro de orden, si somos incapaces de honrar la Ley más elemental de nuestra república prestada? En nuestras manos torpes ese paradigma del humanismo, la generosidad y la cordura política yanqui se ha convertido en una mera Ley de Desajuste Cubano.

Los anteriores argumentos vienen condicionados por este otro, no menos real: es el tirano quien propicia la confusión, la promiscuidad jurídica, el desacato y el relajo. Con ello consigue el doble objetivo de desacreditar a los perseguidos y valerse de ellos para que le paguen el diezmo.

El problema es mucho más complicado.

Un breve trayecto en balsa o en avión desde las costas de Cuba a las de la Florida, tiene el efecto mágico de dar salvoconducto a los que carecían de derechos. El efecto mágico de la transfiguración —en el que han insistido Alarcón y Castro— no debería omitirse. Se trata de una verdadera metamorfosis; y si antes tomaba lustros o décadas para que el gusano pudiera "retornar convertido en mariposa", ese período se fue acortando hasta mimetizar el de los verdaderos lepidópteros. Como en una novela de Apuleyo, o de Carpentier, ahora la mariposa se ha convertido en mula. En asno de oro.

Nacer de nuevo

Debemos admitirlo: la tarjeta verde es el único documento que ofrece inmunidad a los cubanos. Una vez provisto de la hoja de trébol que lo hace intocable, ya puede regresar. De todo lo que carece en su propio país puede abastecerse afuera —desde el vestido y el alimento hasta las libertades civiles— y todavía le sobra para llevarle un poco a su familia. Y el proceso que transformó a nuestro Mr. Hyde en flamante doctor Jekyll ha ocurrido, de acuerdo a la Ley, en el lapso de cuatro estaciones.

La tarjeta verde es su fe de bautismo: ha nacido de nuevo. Su padrino es Uncle Sam; su hada madrina, la todopoderosa Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. La pretendida amoralidad del regreso queda así anulada: el viaje iniciático, donde afronta la muerte, le permite volver a su patria como ciudadano —y lo que es aún más importante para Castro y Alarcón: como contribuyente. Las funciones cívicas y fiduciarias le han sido restituidas. Ya puede trabajar en lo que mejor le parezca, pagar el diezmo —a Dios y al César— y moverse a sus anchas.

Ya es alguien. Amparado por los derechos de su nación adoptiva, se estrena en las funciones constitucionales de "We the People…". Ha dejado de ser no-persona, "se ha convertido en gente". La embajada americana podría haberle ahorrado el viaje y el peligro. El embajador Cason podría pasearse por La Habana repartiendo green cards como una violetera: "Como aves precursoras de primavera… tralalí, tralalá…". ¿Cómo? ¿Qué toda nuestra soberanía cabe en un bombo? Sí, ya puede quedarse en los hoteles que le estaban vedados hacía unas semanas, ya puede chapalear en el agua azul de Varadero, ya puede entrar y salir. Sobre todo salir. Y todo eso —que no es poco— gracias a la Ley de Ajuste Cubano.

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