www.cubaencuentro.com Lunes, 06 de septiembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Las trampas de la ira
Una pelea cubana contra la 'corrupción': ¿El castigo de turno?
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

En Elogio de la ira —un homenaje del escritor italiano Claudio Magris a Erasmo de Rotterdam— se desvelan los rincones tenebrosos, las grandezas, la eticidad, las distorsiones y los peligros de este estado psíquico, emparentado con la aurora de la poesía y en los orígenes mismos de la civilización occidental.

M. Marrero
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Pero existe una cólera que se estereotipa, un enfurecimiento de colores falsos y retórica mediocre, que se harta y desgasta en lo que el autor triestino llama mecánica travestida de indignación.

La cólera de quien ha dirigido los destinos de Cuba por 45 años carece de nobleza. De circunstancia probable e inevitablemente fugaz, él la ha convertido en una manera de ser, y en ocasiones, la despliega sobre temas ya desvanecidos o en el ocaso de furtivos contrapuntos.

Otros estadistas aluden a ellos con mesura, una manera de facilitar la percepción de alguna sagacidad entreverada. Fidel Castro, que es un actor, pareciera que antes de subir a la tribuna roba los rayos de Júpiter. Para el observador enterado, sin embargo, son luces impropias, desteñidas de uso y abuso.

Vayamos al grano. La autoridad cubana ha iniciado una nueva campaña contra la corrupción, el vivir en cierto acomodo que, según "el Jefe", como lo llaman sus acólitos, ofende a los demás. Se sabe de funcionarios trasladados de sus casas a apartamentos, y de piscinas que ahora prestan sus frescores a otras gentes.

Sobre estos meollos acostumbra Castro a lanzar diatribas y frases de galería, en tanto su famoso dedo índice saja el espacio como espada en combate. ¿Pero quién no conoce que es él quien usualmente prohija, ensalza y extrae de su oscura letanía a los mismos funcionarios que luego detesta y despoja?

Al que posee una piscina, un auto moderno y una casa confortable, en la mayoría de los países del mundo no se le considera, a priori, ni corrupto ni ostentoso. Las estadísticas incluso suelen indicarlo como clase media. La paradoja salta a los ojos. En el pantano de pobreza que asfixia al pueblo cubano, el ascenso individual, el incremento del status ha de recibirse como un golpe bajo, pues el sistema —el mismo que hundió al país— no debiera supuestamente admitir diferencias de cuantía alguna.

El régimen permite a sabiendas —CDR y Ministerio del Interior mediante— que la alberca se construya o repare, el auto se adquiera y la casa se extienda, pinte y amueble. Pero a la primera oportunidad, al menor resbalón —inevitable en la naturaleza humana—, lo que se dejó hacer se convierte, en palabras del comandante, "en un cáncer que corrompe la revolución desde dentro y que es más peligroso que una bomba estadounidense". Los cánceres, por supuesto, hay que extirparlos.

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