www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de diciembre de 2004

 
   
 
El dique y la marea
La reelección de Bush y el ascenso de Mel Martínez: Una oportunidad histórica para mantener las sanciones contra el castrismo.
por ARMANDO AñEL, Miami
 

El triunfo de George W. Bush en las recientes elecciones estadounidenses pone punto final al tema de la suavización de las sanciones contra el régimen de Fidel Castro. No obstante, durante los próximos meses los teóricos del intercambio persuasivo continuarán rodando la cuneta del levantamiento del embargo, frente a lo que seguramente califican de tropiezo en la carrera hacia la normalización del intercambio comercial, cultural y eventualmente político, entre Washington y La Habana.

P. Álvarez
Compras al contado a EE UU: ¿menos 'cash' para reprimir?

Intentar pescar el embargo con la carnada de las compras al contado, se reveló insuficiente. Indudablemente, se trataba de una estrategia cuando menos arriesgada, dadas las características de la administración que durante estos años ha ocupado la Casa Blanca y su cercanía a los núcleos más influyentes del exilio cubano. Pero es que el porvenir del castrismo sin Castro, esa suerte de transición hacia el cambio sin cambio encarnada por la China de la cerrazón política y la apertura económica, dependía, en gran medida, del levantamiento incondicional de las sanciones norteamericanas.

El aparatoso deterioro de Fidel Castro, el segundo mandato de Bush y el arribo al Senado estadounidense de Mel Martínez, uno de los artífices de las medidas implementadas por la recién constituida Comisión de Ayuda para una Cuba Libre, confluyen en una interrogante fundamental de cara al futuro del régimen cubano: la de si el castrismo perseverará en el levantamiento del embargo a través de las compras en efectivo, o buscará alternativas más concluyentes en su obsesión de perpetuarse como clase gobernante.

Ciertamente, opciones no abundan. La estructura piramidal, inflexible, del sistema imperante en Cuba —que, por otro lado, ha condicionado hasta hoy la naturaleza de la política estadounidense hacia la Isla— desestimula soluciones mixtas o salidas moderadas. En esta cuerda, en lo que respecta a la Casa Blanca, parece inminente la aceleración de la solución más expedita, esto es, la de la remoción del castrismo tras la muerte, o no, de su ya endeble fundador. El bumerang volviendo por enésima vez sobre sí mismo, porque La Habana no deja más elección que la de otra vuelta de tuerca. Probablemente la definitiva.

Embargo versus sucesión

La actual política norteamericana hacia Cuba parte del discernimiento de su indefensión social, estructurada por un régimen que articula sus recursos desde la estrategia de la zanahoria y el palo. En este sentido, la observación del vicesecretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, Dan Fisk, durante un acto en Miami, el pasado 9 de octubre, resulta sintomática:

"A fin de acelerar la llegada del día de la libertad de Cuba, la Comisión de Ayuda para una Cuba Libre recomendó un enfoque abarcador, que a esfuerzos más vigorosos y efectivos para apoyar a la oposición en Cuba unas medidas que limitan la manipulación por ese régimen de las políticas humanitarias, y socavan sus estrategias sucesorias".

Para implementar y/o adaptar a la realidad cubana el modelo del cambio sin cambio, La Habana pretendía consolidar relaciones con Washington sobre la base de un comercio fluido, estable, en el que la barrera de los derechos humanos no obstruyera la doble vía del intercambio bilateral. El castrismo no puede darse el lujo de imitar a los chinos con demasiada rigidez, pero tampoco de ir más allá en sus siempre relativas reformas económicas sin el respaldo norteamericano.

En definitiva, lo razonable no es impedir que el régimen adquiera alimentos o medicinas en Estados Unidos —debe pagarlos al cash: menos cash para reprimir a los cubanos—, sino que acceda al turismo, los créditos y las inversiones estadounidenses.

Con su apuesta antiembargo, Fidel Castro no ha aspirado a otra cosa que propiciar la continuidad del totalitarismo. Muerto el padre fundador, sus herederos tomarían las riendas de las principales empresas e instituciones, controlando la inversión y reinvirtiendo en propaganda, en represión, en manipulación; previniendo eventuales estallidos sociales o el crecimiento de la sociedad civil a través del suministro a los incondicionales y a los pusilánimes, por medio del soborno institucionalizado y la modernización del aparato policial.

Es aquí donde la apuesta por el levantamiento de las sanciones comerciales alcanza su significado último —téngase en cuenta, además, la legitimación de la clase dominante a través de la normalización de relaciones con Washington—: más zanahoria para los de arriba, más garrote para los de abajo.

Ante la certeza, sustentada por décadas de acercamientos infructuosos, de que el diálogo con el régimen cubano sólo es posible desde la aceptación incondicional de sus mandamientos —unipartidismo, demonización de la diferencia, subordinación de lo individual, y aun de lo colectivo, a lo utópico, etcétera—, se impone una mirada realista. La oportunidad histórica propiciada por la reelección de Bush, el ascenso de Martínez, las mayorías republicanas en el Congreso y el Senado estadounidenses y, por añadidura, el minucioso desmerengamiento de Fidel Castro, amerita otra vuelta de tuerca.

El embargo tiene, por primera vez desde la institucionalización del castrismo, la oportunidad de trascender sus funciones como dique de contención contra la marea del totalitarismo. Tiene la oportunidad de bajar esa marea. Es hora de llenar los baldes.

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