www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de diciembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
¿Metáfora de una anticipación?
El tropezón de Castro proporcionó una imagen poderosa de lo que puede ocurrir a su revolución, 'por descuido' o 'por casualidad'.
por MANUEL CUESTA MORúA, La Habana
 

La caída física de Fidel Castro el pasado día 20 de octubre, al finalizar su discurso en Santa Clara, pareció una terrible anticipación de la caída física —espiritualmente ya ocurrió— de su régimen.

Terrible la anticipación porque en un minuto pasó por nuestras cabezas y fue objeto de comentario entre algunos socialdemócratas que por entonces conversábamos, la idea-realidad de un país sin preparación para el día después.

Hay que admitir que para muchos la caída principiaba la fiesta. En la recurrente personalización y exteriorización de la culpa, los cubanos caemos generalmente en la irresponsabilidad de "precipitar" con vasos, conjuros y polvos la desaparición del hombre —código popular, entre otros, con el que se hace referencia aquí a Fidel Castro— para comenzar a solucionar los problemas. Una actitud que no es nueva —'él es, y no nosotros, el problema', solemos decir en nuestra historia— y que Jorge Mañach asociaba con la mala política cubana.

Para los cubanos, la sola posibilidad de que el cambio pase por esa ecuación sigue siendo terrible. Ante todo por razones éticas, entre el hoy y el mañana nacionales no debe mediar la muerte de nadie: ni la de Mas Canosa, ni la de Nazario Sargent, ni la de Fidel Castro. El holocausto como muy bien sabía Benjamín Constant, un demócrata cabal, no es la solución a los problemas de los pueblos. Más bien tienen problemas los pueblos que necesitan el sacrificio de un individuo para empezar a caminar de nuevo.

Las razones políticas están, sin embargo, en el "sobre todo". Los moderados solemos decir que Cuba no está preparada para terapias de choque en los ámbitos del espacio público considerados tradicionales: la economía, la política y la sociedad.

En una metáfora médica, es como si le sacáramos una muela a una persona que tiene hemorragia. A ello agregaríamos ahora que la Isla no está preparada tampoco para terapias de choque simbólicas: la muerte casual o repentina de Fidel Castro produciría tanta alegría para unos y tanta tristeza para otros, que podría muy bien provocar la muerte endémica de todos, como sucede a la sociedad haitiana. ¿Cuántas personas no mueren de risa o alegría? ¿Cuántas no mueren por la depresión que le produce la ida de un icono?

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