www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de diciembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Alegres por una reelección
Voto simbólico en La Habana: ¿Desesperación o irresponsabilidad?
por MANUEL CUESTA MORúA, La Habana
 

Por fin supimos todos el día 3, pero no a la misma hora, que George W. Bush había resultado reelecto como el 44 Presidente de los Estados Unidos de América.

G. Bush
Triunfo de Bush: ¿el goce de las élites cubanas?

Casi nadie en el mundo, excepto los israelitas y el 51 por ciento de estadounidenses que le eligió, está contento con tal noticia. Europa está preocupada. América Latina también. Todos: demócratas liberales, socialdemócratas o cristianos, se alarman. Las izquierdas revolucionarias por el estilo; si bien Bush les da un motivo fuerte de lucha, su reelección les confirma que las utopías política y económicamente débiles lo tienen muy mal frente a las que son fuertes. La de Bush, más bien la que él representa, es una utopía neoconservadora fuerte: la de hacer del XXI un siglo norteamericano que necesita permanentemente exportar su modelo para hacerlo realidad.

Algunos en el mundo sí están contentos. Para empezar, Osama Bin Laden. Justificar la cadena y la ideología del terrorismo contra la usurpación de los "infieles" sólo es posible con Bush, no con Kerry. Le sigue el ex presidente español José María Aznar, que con la reelección de Bush querría decirles a los españoles que hicieron mal con expulsar a su partido del poder, en un momento en el que se necesitaba la determinación de los duros para poner fin al terrorismo, no la blandura de los liberales (Kerry) o socialdemócratas (Zapatero). A continuación viene, entre otros, la élite cubana en el poder, tanto en La Habana como en Miami.

Gozan la derecha y la extrema derecha cubana con su plattismo directo: la posibilidad de que Estados Unidos cumpla su promesa, "tantas veces traicionada", de "liberar" a Cuba, continúa en pie con un Bush fresco y listo para seguir la batalla por los valores democráticos. Goza la extrema izquierda cubana con su plattismo oblicuo: el saco amarrado a la plataforma insular, donde verter los fracasos de la revolución, y la cortina tras la cual justificar la represión de la disidencia se ensanchan.

Los tornillos del statu quo giran en profundidad con estas alegrías reales y de efectos simbólicos. Porque está claro que Bush no invadirá la Isla ni logrará con sus medidas acercarnos a la democracia, y está más claro aún que el fracaso no es ajeno y que la represión antidemocrática no responde a la seguridad nacional.

Pero esta alegría mutuamente compartida por las élites cubanas resume y refleja una alegría mayor, más soterrada, que logra expresarse a veces, y cuyos efectos son tan reales como la contentura con que se esbozan. Sus peligros pueden ser tan irreversibles como lo es la derechización de la mayoría absoluta estadounidense.

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