www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de diciembre de 2004

 
   
 
¿Asomo al porvenir?
El futuro en juego: Ganaderos revolucionarios y comunistas burgueses coinciden en La Habana.
por MANUEL CUESTA MORúA, La Habana
 

Se suceden acontecimientos muy rápidos. Muchos observadores, la prensa extranjera en particular, se quejan de que en Cuba no ocurre nada. Todo es un tiempo lento y repetitivo que aburre a mentes rápidas y agitadas, atraídas por la velocidad de las cosas.

R. Castro
Ramón Castro, junto a Pedro Álvarez y un empresario norteamericano.

Pero nadie puede quejarse por ahora. La lenta supresión del trabajo por cuenta propia, la caída accidental de Fidel Castro —que toda persona decente debe lamentar—, la destitución de Marcos Portal como ministro de la Industria Básica, la penalización económica del dólar y la Feria de La Habana son hechos noticiables que provocan movimiento, movidas y escozor.

En este pequeño lago de acontecimientos hay uno, o dos que se convierten en uno, que me fue contado y que constituye el continuado punto suspensivo en el largo párrafo nacional de revelaciones inconfesas.

1 de noviembre de 2004. Dos escenas paralelas, peligrosas y decadentes. En la antigua sede que servía de refugio a la amistad entre Cuba y la extinta Unión Soviética se celebró el cumpleaños 80 de Ramón Castro, el hermano, el del poder. Fue todo un cumpleaños empresarial, intercambio de sombreros y tabacos mediante, agasajado por los ganaderos republicanos del Norte y que contó con la presencia oficial, entre otros, de un tal Álvarez, que preside la empresa cubana encargada de importar alimentos —algunos transgénicos— producidos por ganaderos, arroceros y polleros republicanos del sur y medio oeste de Estados Unidos.

En otro lugar no tan distante —un hotel del Vedado—, y casi al mismo tiempo, se celebraba en una recepción diplomática de la Embajada de España, a propósito de la Feria de La Habana, con los empresarios ibéricos residentes y asistentes y sin la presencia oficial cubana, ni siquiera del tal Álvarez que, entre otras cosas, preside la Asociación o Sociedad de Empresarios Hispano-Cubana.

A buen entendedor con pocas palabras… o hechos. Félix Varela, el presbítero cubano que vivió en el siglo XVIII, del que se dice en la genealogía intelectual cubana que fue quien nos enseñó en pensar y que murió en Estados Unidos lamentándose de que a los cubanos sólo nos interesaba vender tabaco y cajas de café, tuvo el 1 de noviembre una confirmación perspectiva de su eterno lamento.

En una anticipación del futuro o en un asomo al porvenir, la élite económica y política de Cuba se desnuda una vez más. ¿Qué ropa se quita ahora? La del pretendido nacionalismo de su discurso y ejecutoria. La imagen de blancos, blanquísimos empresarios norteamericanos negociando con blancos empresarios cubanos que ofrecen una tierra fértil, benigna y extensa a los descendientes III o IV de antiguas dinastías económicas estadounidenses, que por cierto poseyeron en el pasado algunas extensiones holguineras, es normal reflejo de la histórica ausencia de asideros nacionalistas de la burguesía cubana: antes o después de la revolución, dentro o fuera de ella.

¿Negociar con quien sea?

Ramón Castro y el "compañero Álvarez" son el reflejo exacto de una clase económica que ve la nación como un territorio donde asentar reales para negociar con quien sea y en las condiciones que sean, y que no tiene problemas de conciencia con la incorporación revolucionaria de los ganaderos republicanos. Escandalosamente normal.

Lo traumático para cualquier proyecto nacional es, sin embargo, que semejante mensaje tenga una convalidación política. O mejor dicho, sea un subproducto político de la muy sui generis "batalla de ideas" en la que valen lo uno y su contrario, si de conservar el poder se trata.

¿Y la nación? Mal, ¿y ustedes?

Estos hechos no podrían exagerar más los peligros de seguridad nacional a los que estamos abocados los cubanos. Los estadounidenses, que saben lo que quieren, tienen un proyecto de nación con una asombrosa continuidad desde los Pilgrims, un poderío inmenso y una astucia no menos grande, tejen su anillo alrededor de Cuba con tosca artesanía. A fin de cuentas han llegado a la conclusión de que Cuba puede ser de ellos, en el tejido confuso y con el ropaje de la globalización, tanto por vía revolucionaria como vía Miami: una perfecta infraestructura vial de dos carriles en la que la burguesía cubana de la Florida y la burguesía cubana de La Habana coinciden en su destino: Washington, Nueva York, Kentucky o Missisipi.

La élite cubana, que descubre, como le sucedió al cantautor Pedro Luis Ferrer a fines de los ochenta del siglo pasado, que la burguesía (clase empresarial) extranjera no es tan mala y que la estadounidense es —con mucho— la mejor, anda buscando el (su) camino más cómodo de enterrar el 59 con su 89, sin perder el control de la situación. Ella sabe que lo único que quiere es no perder el poder. A fin de cuentas si los chinos tienen su socialismo con propiedad privada, es posible tener un socialismo sultánico con estadounidenses y todo.

En su cabriola despojan la revolución de 1959 de su base nacionalista —demostrando que Cuba era sólo una base territorial para otras cosas—, consumen y sacrifican las reservas nacionalistas de muchos cubanos que quieren conectarse un poco más con la Yuma y debilitan el urgente y necesario paradigma de nación que tanto necesitamos para nuestra sana convivencia.

Muchos somos conscientes de los desafíos que esto conlleva. Y lo afrontamos sabiendo que debemos recuperar los fragmentos de nacionalismo cubano dispersos por Cuba y por el mundo.

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