www.cubaencuentro.com Viernes, 25 de marzo de 2005

 
  Parte 1/3
 
Las palpitaciones del mundo
Peter Sloterdijk y Alain Finkielkraut: Un diálogo sobre el siglo XX.
por ELIZABETH BURGOS, París
 

Les Battements du monde es un diálogo entre el alemán Peter Sloterdijk, el más iconoclasta de los filósofos contemporáneos europeos, y el francés Alain Finkielkraut, el menos políticamente correcto de los intelectuales de izquierda franceses. En este libro ambos filósofos intentan hacer un balance de lo que fue el siglo XX.

Les Battements

Comienzan abordando el tema primordial cuando se trata de temporalidad: ¿Qué significa ser contemporáneo?

No se trata de compartir fechas de nacimiento, sino una manera de abordar el mundo, de responder al escándalo de la existencia. Se supone que en Europa esa lectura compartida es posible. Sin embargo, cuando la caída del Muro de Berlín devino paradigma de todas las formas de exclusión, estalla en Yugoslavia un movimiento que entra en la historia en sentido contrario: eslovenos y croatas deciden salir del comunismo y entrar en Europa por la vía del nacionalismo. Un país europeo erige fronteras en el mismo momento en que Europa las deroga. Entonces, pese a compartir el mismo calendario, los europeos deben admitir que no todos son contemporáneos de la misma temporalidad histórica.

Tal vez lo que compartan y haga contemporáneos a cierta categoría de europeos, es tener en común un mismo currículo de decepciones: estar de regreso del marxismo, del psicoanálisis, del orientalismo. Poseer esa riqueza de decepciones, ese desencanto tónico, permite el desplazamiento hacia derroteros más abiertos.

El cielo del siglo XX ostenta un sinnúmero de estrellas apagadas, o tal vez habría que compararlo con un museo de los errores. Para estos filósofos, contemporaneidad significaría, entonces, haber participado en un aprendizaje negativo, haber compartido las mismas decepciones.

No obstante, deben constatar que aunque no estemos despiertos del todo, se nos propone otro milagro, otro triunfo, otro optimismo: el de la democracia sin fronteras. El enfrentamiento se da entonces entre la opción del regreso a un pasado idealizado y la opción del progreso. La primera considera el mundo en términos de traición, rebelión, de blasfemia. La progresista, al contrario, convencida de la superioridad del presente sobre el pasado, considera a este, miserable, bárbaro, y siente que no ha "perdido nada sino sus cadenas".

La misión del filósofo

Lo que se le plantea al intelectual ante la solicitud de nuevas creencias, es responder con una nueva definición del conocimiento. Pare ello se requiere que se interpreten los mecanismos moralizadores que conducen al engagement —pésele a Sartre— y a buscar la manera de romper con la obligación del compromiso —esa conversión exaltada de la tragedia—. No es a partir de la libertad que se adopta una causa, y no son seres libres quienes escogen una lucha: son marionetas incapaces de romper el círculo predeterminado en el que se encuentran presos.

La "invasión monstruosa de la historia" atrapa en sus garras hasta a los que ignoran su existencia. Por esa razón, para estos dos filósofos, la gran figura del siglo XX no será Camus sino Sartre. Para la intelligentsia hegeliano-marxista (que no ve en la historia la "efracción" de la tragedia, sino la epopeya de la filosofía), es en la acción histórica donde se inscriben los conceptos y se juega el destino de lo universal.

Al desplazar la filosofía de los libros y de los filósofos, la misión del verdadero filósofo comprometido no tiene nada que ver con la de sus ilustres ancestros: Voltaire, Victor Hugo, Emile Zola, puesto que estos abrían caminos, mientras que Sartre corre a la zaga de los que hacen la historia. Antes, el filósofo contribuía con su palabra a la educación del género humano, mientras el filósofo comprometido debe dar explicaciones sobre su tren de vida, su confort.

El intelectual comprometido no sólo responde a la "urgencia", también debe hacerlo a la "acusación". Aun cuando se lance al combate, seguirá considerándose culpable por esgrimir sólo palabras en lugar de armas. Sin embargo, pese a que se rechace el sentido del compromiso sartreano no debemos caer en el no-compromiso.

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