El impacto del derrumbe de los paradigmas sociopolíticos este-europeos, con su secuela de frustración, letargo político y desorientación, que tanto conmovieron a la izquierda mundial, va quedando atrás.

Tabaré Vázquez, nuevo presidente uruguayo.

La izquierda apostó durante demasiado tiempo a la carta falsa de un socialismo que sólo tenía de real el poder de la represión y la soberbia. El sistema comunista en diferentes épocas, latitudes y niveles de desarrollo —a pesar de contar con profundos valores crípticamente expresados— trató de liberar al hombre esclavizándolo y de enaltecer al individuo anulándolo, cambiando las bondades de la democracia por la hegemonía y los privilegios de la burocracia.

El panorama de la izquierda tradicional en América Latina durante los últimos tres lustros no ha sido nada alentador. La inviabilidad de la violencia como vehículo de realizaciones y alcances trascendentes se hace evidente en el estancamiento de la insurgencia sobreviviente, que tiende a una degradación irreversible; los espacios cívicos y democráticos que se abren en estas naciones —junto a los recurrentes fratricidios, crímenes, el narcotráfico y los secuestros— eliminan la lucha armada como opción atendible. A lo dicho se agrega el fracaso del sandinismo y el caso de Cuba, donde el castrismo es poder real, pero nula alternativa de futuro.

Estas realidades, que se unen al inconmensurable poder global que acumula Estados Unidos, durante decenios principal patrón político y económico de la región, plantean a las fuerzas progresistas y de izquierda un escenario nuevo marcado por retos enormes, complejizados por el descrédito político que han generado los sonados conatos de corrupción que empañan la imagen de varias de sus formaciones más tradicionales y representativas: Partido Revolucionario Institucional de México (PRI), Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (FSLN), Acción Democrática de Venezuela (AD) y Alianza Popular Revolucionaria Americana de Perú (APRA).

Paso a paso, en los últimos años se han ido imponiendo en las referencias de los pueblos y en los resultados electorales formaciones y movimientos progresistas que van anunciando un nuevo rostro de la izquierda latinoamericana.

Nuevos rostros

El Partido Revolucionario Democrático (PRD), con Martín Torrijos en Panamá, la irrupción del fenómeno Lucio Gutiérrez en Ecuador y los muy resonantes triunfos del Partido de los Trabajadores (PT), con Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil. El Acuerdo Progresista entre Tabaré Vázquez en Uruguay y Néstor Kirchner en Argentina se une a la sólida presencia de la izquierda democrática en la coalición política que gobierna Chile. Sobre todo en los casos de Brasil, Argentina y Uruguay, las alternativas progresistas lograron trascender el anquilosado escenario político que ya no aportaba soluciones a los problemas socioeconómicos que agobian a las naciones mencionadas, ni esperanza alguna a los gobernados más vulnerables.

Para no dejar lugar a suspicacias y especulaciones, es necesario aclarar que dejo fuera de esta relación al fenómeno Hugo Chávez, en Venezuela, quien ha utilizado la ya conocida fórmula de capitalizar el caos sociopolítico y la desesperación ciudadana para, apoyado en la fuerza de las armas y la retórica populista y "de emancipación", hacerse de un poder lo más total posible. El presidente Chávez ni es de izquierda ni tiene vocación democrática, lo cual lo separa totalmente de la tendencia que van marcando estos nuevos procesos de instauración progresista y democrática.