El cineasta brasileño Walter Salles dirigió al actor mexicano Gael García Bernal en Diarios de motocicleta (2004) para envolver al Che con olores de santidad, mediante la presentación artística de algunas notas de su viaje por América Latina (1952) en una Norton 700, acompañado de su amigo Alberto Granado. Dan mucho aliento hagiográfico las escenas del joven Ernesto Guevara de la Serna (1928-1967) entregándole dinero a mineros hambrientos y abrazando a leprosos.

Fotograma de 'Diarios de motocicleta'.

Aunque no pudo entrar en su tiempo al mundo por las puertas posibles, el Che se cuela hoy por las ventanas del imperativo mitológico que Lezama Lima formuló así: "Cuando la ananké se lleva a uno de sus preferidos, comienza la historia de los prodigios y los ecos". El boom cinematográfico actual, por ejemplo, resuena con mayor estridencia que la ola levantada por el hallazgo de sus restos en Bolivia (1997).

Leandro Katz ganó entonces el Premio Coral del Festival de Cine Latinoamericano (La Habana) con El día que me quieras, elegía basada en la famosa foto que Freddy Alborta tomó del cadáver de Guevara rodeado por militares. Incluso, Alan Parker puso su granito de arena fílmica insertando al Che (Antonio Banderas) como personaje de voz narrativa y crítica en la producción musical Evita. Hollywood no había presentado cosa parecida desde que Richard Fleischer rodara la película de acción Che (1968), con Omar Shariff y Jack Palance en los papeles de Guevara y Castro.

Ahora subió la parada. Tras la obra de Salles, el reciclaje hollywoodense del Che prosigue al menos con cuatro largometrajes. El actor puertorriqueño Benicio del Toro interpreta, bajo la dirección de Steven Soderbergh, al comandante Guevara en sus últimos días. Otra cinta de ficción mantiene ocupado al director Bernardo Bertolucci, mientras el cantante Mick Jagger se engolfa como productor en el relato cinematográfico de los amoríos del Che con Tamara Bunke (Tania La Guerrillera). El cineasta Brett Ratner pretende a su vez llevar al celuloide la biografía Che Guevara: Una vida revolucionaria (1997), de Jon Lee Anderson.

Sólo cuando truena…

La clave guevarista de la industria cultural no estriba en vivir (y aun morir) como el Che, sino en vivir del Che. Al efecto se montó hasta un centro de estudios donde residió Guevara (Calle 47 # 772, entre Tulipán y Conill, La Habana) desde 1962 hasta su partida hacia el Congo, con el pretexto de llevar adelante "la investigación, producción artística y promoción de la vida y obra del comandante".

En Cuba se acuerdan del Che cuando truena contra el imperialismo, pero la élite gobernante rehúsa probarse el sayón de otras críticas suyas, como esta diatriba que apenas encuentra espacio en algún periódico provinciano: "Contrarrevolucionario es aquel que lucha contra la Revolución. Pero también es contrarrevolucionario el señor que valido de su influencia consigue una casa, que después consigue dos carros, que después viola el racionamiento, que después tiene todo lo que no tiene el pueblo, y que lo ostenta o no lo ostenta, pero lo tiene. Ese es un contrarrevolucionario. A ese sí hay que denunciarlo enseguida y al que utiliza su influencia buena o mala para su provecho personal o de sus amistades, ese es contrarrevolucionario y hay que perseguirlo, pero con saña, perseguirlo y aniquilarlo" (Semanario 5 de Septiembre, Cienfuegos, junio 16 de 2004).