www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de abril de 2005

 
  Parte 1/3
 
¿A las armas corred?
Sobre una supuesta intervención militar para la democratización de Cuba: ¿Quién está facultado para solicitar las bombas que caerán sobre otros?
por LUIS MANUEL GARCíA, Madrid
 

La lectura del Diario de campaña (1868-1998), de Máximo Gómez, depara no pocas sorpresas, producto del efecto pinza entre malos maestros y perversos planes de estudios, que han conseguido dotar a la historia patria de la misma textura que un cómic de superhéroes y supervillanos.

R. Castro
Raúl Castro, en el homenaje al almirante Cervera. (EFE)

Se conoce la extrema crueldad de aquellas guerras de independencia: la compasión y la clemencia no pecaron de excesivas en ninguno de los bandos, los odios terminaron de cocerse en la olla de Valeriano Weyler, el país arrasado por la tea; de modo que a la salida de 1898, no había familia en Cuba que no anduviera recontando sus muertos y sus ruinas. A pesar de ello, o quizás por lo mismo, se insiste (desde todos los bandos) en mitologizar a próceres militares y políticos mambises, a la República en Armas y a la emigración que sufragó la guerra, como seres impolutos, teñidos de una pieza con los colores de la independencia.

Máximo Gómez presenta, en cambio, junto a las abrumadoras dosis de sacrificio y heroicidad de los cubanos, un campo insurrecto plagado de indisciplina, caudillismos locales y nacionales, el continuado quebranto de la propia ley republicana, el divorcio, y con frecuencia la franca enemistad, entre el gobierno civil y los mandos militares, la falta de medios para el combate, alimentos, ropa.

Hay tropas exhaustas que se enfrentan diariamente al ejército español en una guerra cuya intensidad y pérdidas humanas pueden sobrepasar en un par de meses a todas las acciones emprendidas por Fidel Castro, desde el Moncada al primero de enero de 1959. Pero también hay quienes sólo se baten en su territorio y desoyen al general en jefe cuando les ordena acudir a donde los necesitan, u ocurre que "como parece definida o resuelta la independencia de Cuba, por los cañones americanos; con mucha más razón nadie desea ya batirse, ni en su propia localidad" (Máximo Gómez; Diario de Campaña (1868-1899);Universidad de Oviedo, Oviedo, 1998, p. 188).

Unidades que se entregan a los españoles acogiéndose a la solución autonomista, y que incluso vuelven sus armas contra los mambises. Unidades obligadas a huir por todo combate al carecer de municiones. No pocas veces el Generalísimo duda de la capacidad de sus fuerzas para alcanzar el triunfo. Y no hablamos de 1878, sino de 1897 y 1898.

Nos presenta, en suma, un ejército incapaz de derrotar en toda regla al español, mientras este, a su vez, dilapida sangre y dineros en conservar las ciudades y desplazarse entre ellas sólo en grandes contingentes de tropa, sin la perspectiva de sofocar la rebelión.

Materia prima del presente

Dado lo anterior, no es raro que Gómez y sus generales solicitaran fervorosamente la intervención norteamericana, tanto como los políticos y, especialmente, el lobby cubano en Estados Unidos. Este último echó mano a todos sus recursos hasta conseguir la intervención y, al unísono, la aprobación de la Enmienda Teller, que consagraba el derecho de Cuba a la independencia. "Todos sus recursos" significa que la República de Cuba estuvo pagando a plazos, hasta la década del treinta, los sobornos a algunos congresistas norteamericanos que votaron aquella enmienda.

La historia oficial cubana suele repetir que la injerencia norteamericana se produjo cuando la guerra estaba ya perdida para los españoles, que se hizo contra la voluntad de los mambises, y que sólo por una suerte de milagro la Isla no fue anexada. Incluso personas instruidas repiten ese axioma como una verdad revelada, sin necesidad de pruebas. Pero por entonces sólo hubo dos grupos de cubanos que se opusieron a la invasión: los españolistas y los autonomistas, nunca los insurrectos.

Los libros de texto llegan a ejercer de médiums para que se expresen los muertos: dan por hecho que Martí y Maceo se hubieran alineado junto a los españoles para combatir la intervención norteamericana, es decir, para combatir por que Cuba continuara siendo una colonia. Cuesta imaginar a Maceo bajo las órdenes de Weyler y a Martí acatando dictados del ministro Moret. En sus expresiones más extremas, cierto antiimperialismo cerril pasa de la estupidez a la indecencia.

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