www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de abril de 2005

 
   
 
¿Que regrese el chino?
Latinoamérica: Las muchedumbres, en vez de buscar una salida democrática a las crisis, sienten una irrefrenable nostalgia del dictador perdido.
por RONALDO MENéNDEZ, Madrid
 

Hace dos años, cuando George W. Bush visitó Lima, una fracción casi olvidada del movimiento Sendero Luminoso puso una bomba en un centro comercial ubicado frente a la Embajada de Estados Unidos. Yo andaba por allí comprando cigarrillos, así que el azar puso mi pellejo donde no debía. Pero el yo periodista —como suelen decir los propios estadounidenses— estaba en el lugar y en el momento adecuado. Y aunque los diez muertos que dejó el atentado ante mis ojos desde el primer momento nublaron mi capacidad reporteril, tomé nota de algo curioso: desde muchos de los autos que pasaban cerca salían gritos que expresaban algo así como: "Que regrese el chino". O sea, querían que el ex presidente, el prófugo japonés Alberto Fujimori, volviera a reinar en Perú.

A. Fujimori
Alberto Fujimori, ex presidente peruano.

Desde entonces ha llovido mucho, aunque no en Lima, donde jamás cae una gota, real y metafóricamente: según las encuestas, cada vez hay más gente que quiere "que regrese el chino". Y eso que ya no sólo ha quedado clara la falsa nacionalidad peruana de Fujimori, sino además la suculenta corte de delincuentes de Estado que floreció bajo su mando.

La pregunta obligada es: ¿qué pasa con esto? Quien en pleno reinado se encargó de comprar y corromper a los medios de comunicación, hoy hasta tiene un programa radial para hacer demagogia desde Japón. Si mañana regresa, casi seguro vuelve a ganar las elecciones.

Hasta hace muy poco estuve viviendo en Perú, y pude experimentar "en carne propia" —pues el asunto duele en el pellejo— cómo gente inteligente y bien intencionada, amigos, estudiantes de periodismo, pequeños empresarios, taxistas y gente común y silvestre, quieren "que regrese el chino". El argumento suele ser siempre más o menos el mismo: "Antes estábamos mejor". Y cuando uno replica que Fujimori, entre otras cosas, robaba, la respuesta estandarizada es que igual todos los presidentes roban. ¿Todos los presidentes roban? ¿Dónde?

Y como el ejemplo de Chile siempre sale a relucir, se me ocurre pensar que el problema abarca el ámbito latinoamericano. Cuando la gente manifiesta su nostalgia de Pinochet agradeciéndole todo el bien que le hizo a la economía, y uno dice que el General, entre otras cosas, era un dictador y mataba, los defensores suelen replicar que casi todos los presidentes hacen esas cosas.

La enajenación

Hoy Abdalá Bucaram está a punto de ser bienvenido en Ecuador, Chávez ganó el referéndum en Venezuela, Alan García hace muy poco, con procesos judiciales y todo, casi le gana las elecciones a Alejandro Toledo. Especular por qué en Latinoamérica hay esta fértil tradición de tolerancia con respecto a los dictadores es tarea de sociólogos. Invirtiendo una frase del poeta salvadoreño Roque Dalton: el problema ya no es la nación ajena, sino la enajenación.

¿Cómo es posible que tanta gente esté dispuesta a que regrese Fujimori, cuando, evidentemente, es mentira que "con el chino estaban mejor"? El hecho de que un atentado de Sendero Luminoso arranque reclamos por el dictador, indica que el mecanismo suele ser un remake del viejo asunto del enemigo único. No hay nada como el cultivo de ciertas fobias nacionales para hacer que las muchedumbres acepten la mano dura del líder absoluto. Y los presidentes mitómanos y corruptos suelen saber esto desde que nacen a la política.

La gente empieza a temerle al regreso de un exilio radical que se va a tomar no se sabe qué revanchas, a una invasión norteamericana, a la ola de terrorismo interno o a alguna inflación inexplicable de épocas pretéritas. Entonces ocurre un curioso fenómeno que se parece al complejo de Electra trasladado al cuerpo social: la muchedumbre se enamora del padre, comienza a aceptar que el presidente se comporte como un padre disciplinante e incluso caprichoso. Total, así son los padres (léase presidentes), pero todo lo hacen por nuestro bien: nos protegen de algo que a veces ni siquiera está muy claro, pero eso no importa.

Lo curioso es que si el demócrata de turno (pongamos por caso Alejandro Toledo) no hace las cosas bien, las muchedumbres, en lugar de buscar una salida democrática a la crisis, sienten una irrefrenable nostalgia del dictador perdido. Así vamos, y "que regrese el chino".

Pero ya se sabe que las muchedumbres suelen ser ruidosas y ruinosas, de modo que esta absurda complicidad antidemocrática genera permanentes pérdidas en los países latinoamericanos. Lo que muchos quieren ver como la solución del problema, es precisamente una de sus causas directas.

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