www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de abril de 2005

 
  Parte 1/2
 
La esperanza en la olla
¿Está viejo Castro o se hace el viejo?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Tarea ingrata traducir el discurso del mandatario Fidel Castro, pronunciado el jueves 17 en La Habana. Espera inútil la de los corresponsales extranjeros, que desde horas del inicio del acto permanecieron encerrados en el local donde se celebró la actividad. Esfuerzo vano el de quienes se empeñaron en vaticinar la noticia, desde que en horas de la mañana apareció en un recuadro rojo en la parte superior derecha del diario Granma —el espacio reservado en todo periódico para la noticia más importante del día—, que el Comandante en Jefe realizaría una intervención especial en horas de la tarde.

F. Castro
Fidel Castro: ¿decadencia ideológica o mental?

Desde la renuncia del mandatario hasta el enjuiciamiento de generales corruptos, las especulaciones sirvieron de alivio a una tarde gris y lluviosa en Miami. "Frío, frío", declaró el mandatario desde el comienzo. Este tono de burla socarrona afloró en más de una ocasión durante un discurso que duró varias horas.

Una vez más, Fidel Castro se burló de todos. Lo hizo con una impunidad absoluta, con el convencimiento de que si al día siguiente repite la experiencia, los resultados serán similares. Salvo anunciar un alza en el valor oficial del peso cubano respecto al dólar, poco hubo de valor en sus palabras. Ninguna declaración que mereciera un titular.

Al terminar el acto, los corresponsales se empeñaron en escribir una información de importancia que aliviara en parte el inevitable entumecimiento de sus nalgas. Una simple nota de un párrafo hubiera servido para dar a conocer el alza del peso en la tasa de cambio. Por lo demás, una serie de repeticiones que giraron sobre un tema único: la ecolalia de un viejo en una bodega de esquina.

Las palabras gastadas

Desde hace años la edad y el estado mental de Fidel Castro se han convertido en una trampa para el exilio y el resto del mundo. Enfatizar el deterioro físico del gobernante —a veces evidente, otras no tanto— crea una falsa esperanza. Es cierto que es un anciano. A veces incluso aparenta un desgaste mayor que el producido por la edad que tiene. Especular sobre la supuesta fragilidad de una persona en "la tercera edad" se reduce a comentario de casa de vecindad, chisme entre vecinos, crónica antes de la retreta en el parque del pueblo.

Depender de la salud del mandatario para definir los destinos de la nación es entregarse a la derrota. Más adecuado es hablar de la vejez de lo que representa. Catalogarlo de viejo no por los años, sino por lo anacrónico de su papel, lo gastado de su discurso y la caducidad de su propuesta de futuro. Lo vital es considerar que Castro sigue tan vivo como siempre.

¿Está viejo el gobernante cubano o se hace el viejo? ¿Ha asumido el papel de anciano como una protección adicional que le permite eternizarse en el poder? Cuando se le escucha, es evidente la pérdida de una gran parte de la habilidad oratoria que lo caracterizó por años. Repetición de palabras, incoherencias frecuentes, una perenne distracción mental que se ha hecho cotidiana, ideas fijas, problemas con las cifras —que no obstante se encapricha en repetir, como un gago empecinado en la conversación más florida— y una impunidad ante el ridículo que se aprecia sólo en algunos individuos de edad avanzada. Pero todas estas limitaciones sirven para encubrir que la decadencia es ideológica y no mental: su discurso se ha hecho obsoleto y Fidel Castro lo oculta bajo un alarde de decadencia personal.

Envejecido en el poder

Si la fragilidad de Castro es tan grande, como a veces evidencian su persona y sus palabras, hay una pregunta inevitable: ¿Qué lo mantiene en el poder? Existe en la Isla una "cultura del miedo" —como bien ha enfatizado Oswaldo Payá— que impide a muchos cubanos reclamar sus derechos. Pero hay algo más: un temor al cambio. Castro representa la justificación más socorrida para no hacer nada. Esperar por su muerte o su incapacidad total —¿no renace esta esperanza cada vez que se le ve perdido en razonamientos pueriles?— es el remedio socorrido entre quienes lo rodean y deben estar hartos de soportarlo.

La madurez política de todo exiliado debe medirse en función de los segundos —¿minutos?, me niego a pensar que horas— que dura la indignación repetida cada vez que se asiste al espectáculo de la figura del Che Guevara convertida en entretenimiento. Cada vez que aparece una camiseta con la imagen del Che, se lleva al cine su historia y una actriz habla entusiasmada del "Guerrillero Heroico" disminuye otro poco la importancia histórica del combatiente antiimperialista. Siempre el cine ha sentido una predilección especial por los perdedores. Sin embargo, el pensamiento y la vida del Che —en parte por su muerte temprana— mantiene una coherencia libre del oportunismo. El Che estaba equivocado, fue injusto, cruel, fanático y asesino. Pero fue consecuente hasta el fin. Por ello resultó más fácil derrotarlo.

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