www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de abril de 2005

 
  Parte 1/2
 
Esperando a Castro
El discreto final de las tribunas al aire libre: De la política callejera al gobierno entre cuatro paredes.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Si el cuento y la poesía fueron los géneros perfectos para trasladar a la literatura la épica de los inicios revolucionarios, la novela fue el espejo donde por muchos años —aquellos que definen la consolidación y el posterior deterioro del modelo castrista— se pasearon tanto las esperanzas y dudas como el surgimiento y la recreación de otros mundos paralelos, edificando un paisaje contradictorio frente a una realidad cada vez más hostil.

F. Castro
Castro en TV: ¿sainetes, teatro del absurdo o de la crueldad?

La obra teatral es ahora lo único que queda, si se quiere apresar la disolución: la caída en pedazos del régimen castrista. Se puede intentar en términos cinematográficos. Las imágenes de un noticiero que, mientras aún se escuchan himnos y disparos y el vocerío en las calles, se disuelven en la larga panorámica de un gran salón —donde la cámara se recrea en los murales de las paredes mientras va muriendo el sonido—, para terminar encuadrando a un anciano al fondo, sentado detrás de una mesa enorme, que balbucea de forma ininteligible. Sólo que la película duraría apenas un par de minutos.

Gritos, susurros y ruidos: la historia de Cuba por casi medio siglo.

Resignado, por primera vez en su vida, a sus limitaciones físicas, Fidel Castro sabe que no le queda más remedio que conducir al país desde un espacio cerrado. Vuelve a recurrir a la televisión —nunca la ha abandonado, pero ahora se aferra a ella como último recurso—, su gran aliada desde su llegada triunfal a La Habana.

Oídos y ojos por todos lados

El discreto final de las tribunas al aire libre marcan el paso de la política callejera al gobierno entre cuatro paredes. Para compensarlo, apela a leer las críticas recogidas en cualquier parte. Castro ya no está en la calle, pero tiene oídos y ojos por todos lados. Además —y ya lo ha dejado claro a través de sus voceros—, está más dispuesto que nunca a no permitir que alguien transite libremente por las avenidas, no importa que sean mujeres en el reclamo pacífico de libertad para sus familiares. Su encierro involuntario no es sinónimo de abandono.

Como los monarcas, ahora escenifica audiencias donde el pueblo no tiene entrada. Rodeado de cortesanos a los que premia y castiga arbitrariamente, dedica horas y horas a temas sin importancia, pero varios minutos le bastan para cambiarle la vida a todos sus súbditos.

Quienes participan de la puesta en escena, no sólo tienen que ocultar cualquier demostración evidente de tedio. Saben además que en cualquier momento pueden ser llamados a desempeñar su pequeño papel. El temor ante una equivocación o un fallo en interpretar las intenciones, de quien es a la vez actor principal, autor y director de la obra, los mantiene en una espera angustiosa.

El cubano de a pie —convertido en espectador ante la pantalla del televisor— disfruta por breves momentos del embarazo de los figurantes, pero sabe también que a continuación puede escuchar un nuevo decreto que cambiará su vida. Al final, todos deben apostar por el aburrimiento. Todos menos el gran empresario. Quien se las juega todas en favor de un cansancio incapaz de abolir el azar.

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