www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de abril de 2005

 
  Parte 1/3
 
El Papa en La Habana
Castro, la Iglesia cubana y El Vaticano: ¿Mantenerse en el poder bien valía una misa?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Toda cronología de los principales acontecimientos durante el papado de Juan Pablo II —divulgada con la noticia de su fallecimiento— tuvo buen cuidado de incluir la visita del Pontífice a Cuba. En cualquier selección de fotografías —de las muchas que llenaron las horas de espera, mientras los canales de televisión esperaban por el desenlace de una vida en una habitación de El Vaticano— surgía de pronto la imagen del Papa junto a Fidel Castro. Todos los obituarios —algunos preparados con años de antelación en las salas de redacción y en las oficinas de las agencias informativas— incluyeron una mención de ese viaje.

Su S. J. Pablo II
Monseñor Pedro Meurice: ¿el único que se saltó el guión trazado por Castro?

Ahora —que el cuerpo del hombre que definió por un cuarto de siglo el rumbo de la Iglesia Católica cumple con los últimos rituales que marcan el fin de su destino— ha llegado el momento de volver la vista a la tarde del 21 de enero de 1998, en que el líder de millones de creyentes besó el suelo cubano e inició su encuentro con una población que por casi cuatro décadas había escuchado repetir que "la religión es el opio de los pueblos".

No se trataba de un pontífice cualquiera. El que llegaba a la Isla era un sacerdote nacido y criado bajo un régimen comunista, acompañado de la aureola de ser uno de protagonistas —para muchos, el principal protagonista— del desmoronamiento de ese sistema en gran parte del mundo. Un enemigo ideológico de primer orden para Castro y un hábil comunicador.

Quien recorrió por cinco días la Isla, divulgando el mensaje católico, contó con la presencia de más de tres mil periodistas extranjeros y sus actividades fueron trasmitidas por la televisión nacional —luego de una larga negociación de la cual fue ajeno el pueblo cubano.

Fue una visita pastoral, pero también una confrontación ideológica y una misión moral, social y política. Sin embargo, cuando Juan Pablo II tomó el avión de regreso a su patria, el cubano comenzó a convencerse de lo que había sospechado desde que se anunció el viaje: que durante unos días había vivido en un paréntesis, que se cerró al partir la nave de Alitalia.

'No tengan miedo'

La intención del Papa no fue nunca abrir un paréntesis, sino sentar las bases de una transformación mayor, que aún no se ha producido en Cuba. De vuelta en Roma hizo esta declaración, cuando se reunió con un grupo de peregrinos polacos: "La visita a Cuba me ha recordado mi primera visita a Polonia; y espero que produzca frutos parecidos". No es casual que una de sus frases más asociadas con el viaje a la Isla había sido pronunciada con anterioridad, precisamente durante esa primera visita pontificia a Polonia, con su país natal aún bajo un gobierno comunista: "No tengan miedo".

El viaje del Papa a Cuba fue un triunfo para Castro, si se analizan sólo las consecuencias inmediatas del viaje. No hubo manifestaciones en contra del gobierno, se evitaron casi completamente las confrontaciones directas y el Pontífice no presentó el rostro enojado que caracterizó su encuentro con los sandinistas en Nicaragua.

Castro ganó legitimidad en un momento difícil de su carrera política. Una jugada que el mandatario quiso dar a entender que resultó riesgosa, cuando en realidad todos los peligros siempre estuvieron calculados de antemano. El propio gobernante se había dedicado a especificar —antes de la llegada de Juan Pablo II— que la situación polaca era muy diferente a la cubana: el comunismo en el país europeo había sido impuesto por las tropas de ocupación soviéticas y el rechazo al socialismo ruso se explicaba en gran parte por un sentimiento nacionalista de un pueblo profundamente católico, fueron sus palabras. Un ataque frontal a una potencia que había elogiado hasta el cansancio, pero que ya no existía y que por lo tanto no valía la pena justificar como había hecho antes.

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