Mucha gente debe sentirse anonadada por Fidel Castro. Lleva unas cuantas luengas sesiones dedicadas al tema del terrorista Luis Posada Carriles. Alejado ya —no sé si para siempre— de las miserias misceláneas de la picante cotidianeidad cubana. El espectáculo casi diario de un hombre que lee y discursea frente a una masa-sentada-que-se-despierta-para-aplaudir no es muy edificante. Parece un escenario de política decadente, con el aderezo de la grosería de arrabal dicha desde las solemnidades de Estado.
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Castro: de la olla de presión a presionar con una bomba de tiempo. |
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Y eso es verdad. Pero detrás de la superficie hay siempre un Fidel Castro con un olfato político natural y afinado por las peripecias y el bufete de casi medio siglo de poder. Como a Insulza, el flamante nuevo secretario general de la OEA, a mi me interesa más la política que la sentina verbal, por lo que me he dedicado a intentar descifrar qué hay dentro de la envoltura de improperios con la que el político de siempre envuelve sus intenciones.
Y la cosa es de altísima política internacional dentro de las prioridades que las potencias tienen para el siglo XXI globalizado. Recordemos que la Cumbre Iberoamericana celebrada en Panamá dedicó su Declaración Final a condenar el terrorismo. Todos los presidentes que asistieron acordaron condenarlo, con la notable excepción de Fidel Castro. Para él no había caso, en jerga jurídica, si no se tomaba en cuenta el caso de Posada Carriles —presente en Panamá a la sazón y "decidido a impedir" que la élite política iberoamericana pudiera deshacerse presidencialmente de semejante flagelo.
Perdió entonces el juego y la oportunidad; más por los malos procedimientos políticos de su inveterado apego a las técnicas guerrilleras que por la falta de méritos del asunto. En el fondo estaba, claro, el tema de que el gobierno cubano no califica para el debate en los foros de la post Guerra Fría. Su pedigrí antidemocrático pesa tanto como el hecho de que Posada Carriles es un terrorista menor, de técnicas menores, ejecutadas contra un país menor por la buena causa de la democracia, y que no parece haber sido agarrado con las manos en la masa.
Pero Fidel Castro tiene la perseverancia de sus ancestros y el entrenamiento disciplinario de los jesuitas: una combinación perfecta para no cejar nunca en un empeño.
Y todos los jesuitas saben que las oportunidades vuelven. Esta vez regresaron de forma inesperada para los que sólo ven en Castro la pintura de un hombre-cansado-que-gira-en-torno-de-sí-mismo, para ver de qué modo conserva el poder hasta o para la posteridad. |