www.cubaencuentro.com Viernes, 26 de agosto de 2005

 
  Parte 1/4
 
Entre la complicidad y el compromiso ideológico
Retratos y contextos: Los decanos de Filosofía en la Universidad de La Habana desde 1980 hasta 2005.
por EMILIO ICHIKAWA MORíN, Homestead
 

Cuando matriculé la carrera de Filosofía en la Universidad de La Habana, en el año 1980, era decano de esa Facultad el Dr. Oscar Guzmán, especialista en temas relacionados con la historia de la revolución cubana. Ostentaba los grados de teniente coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (a veces asistía a la Universidad con su uniforme de dos estrellas) y se comentaba que era un hombre de confianza de Raúl Castro.

Alma Mater

Guzmán vivía en el pueblo matancero de Pedro Betancourt y se incorporó a las tropas de Castro cuando estas marchaban, ya victoriosas, hacia La Habana. Duró más de una década en el Decanato de la Facultad; todo un récord, según él mismo decía. Sobrevivió a dos rectores: José Eustaquio de los Remedios (ex embajador en Bulgaria, el verdadero "modelo constitucional cubano") y Fernando Rojas, "el profe", médico de formación. Intentó sepultar a un tercero: el Dr. Armando Pérez, físico-matemático, profesor en ejercicio.

El Dr. Oscar Guzmán no era muy valorado intelectualmente por el claustro de profesores de la Facultad, específicamente por los miembros de la conservadora Escuela de Historia, con más coherencia pero con menos poder. En las últimas décadas ningún "ministro de la fama" (eso son los historiadores, según Gracián) ha llegado a la oficina del sótano del Edificio José Martí (descontando "sigilosas" semanas o días de algunos emergentes a la orden como los doctores Sergio Guerra, Oscar Loyola y quizás Alberto Prieto).

No obstante, para decir verdad, el decano Guzmán era una persona hábil; también sincera, o cínica (según quiera recordarse). Supongo que su defensa del castrismo era real, y aunque no hubiera leído mucho, tenía la vivencia. Le recuerdo una lectura bastante original del folleto de Lenin Imperialismo: fase superior del capitalismo, donde aparece el concepto de "semicolonia"; es decir, un Estado intermedio entre la colonia y la neocolonia donde la dependencia política se prolonga después de la liberación por alguna cláusula político-jurídica. El Dr. Guzmán creía que ese concepto aplicaba mejor para la República Cubana de 1902 que el tan trajinado de "pseudorrepública". Su hipótesis tenía una óptima capacidad explicativa para comprender la Enmienda de Platt.

El Dr. Oscar Guzmán, durante algún tiempo, afincó su autoridad en dos aliados importantes: el profesor Eduardo Dominic Oliva, secretario general del Partido en la Facultad de Filosofía e Historia, quien acabaría como especialista en Filosofía Clásica Alemana, y el profesor Jorge Núñez Jover, egresado de la Facultad de Química con una tesis sobre la entropía y reciclado en el circuito universitario como especialista en Materialismo Dialéctico. Le conocía a ambos sus lados débiles, por lo que su tolerancia era recompensada con el apoyo político del primero y la cobertura intelectual del segundo.

Pretextos para el cambio

A pesar de su satisfactorio récord político, el Dr. Oscar Guzmán era una imagen demasiado arcaica para los tiempos de reforma que advinieron hacia fines de los años ochenta ("glastnoscita", la llamó Carlos Aldana, el intérprete cubano de la Perestroika). Llegado el momento, aparecieron los problemas y escándalos necesarios (pretextos) para la sustitución.

Arribó entonces a la Facultad, que incorporaba a sus dos licenciaturas (Filosofía e Historia) la de Sociología, el Dr. Antonio Tony Toledo, un ideólogo profesional vinculado a las escuelas e instituciones del Partido Comunista. El apodo de Tony resultó muy pertinente, pues el Dr. Toledo era lo que se dice una persona "chévere", de amplia sonrisa y simpática miopía. Formaba, junto a los profesores Eduardo Dominic y Juan Francisco Fuentes, un trío de mulatos intelectuales, hábiles y populares que ameritan ser recordados en una novela antes que en un ensayo. El Dr. Toledo conducía un auto de fabricación soviética, marca Moskvich, que le ayudaría a sobrevivir con honestidad el primer lustro de los noventa, que fueron años durísimos.

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