Simulando adoración al rey
Ciertamente los asuntos que se vinculan con la libertad son complicados. El propio Amaury lo ha reconocido en sus declaraciones. Lo extraño entonces es que intentara resumirlos de un plumazo y mediante una evasiva tan ridícula.
A no ser que estuviera refiriéndose no a nuestra libertad, la de todos los cubanos, sino a la suya en exclusiva, la que el régimen concede a la oligarquía timorata, sumisa y pancista de la que él forma parte, por derecho de cuna y por cabeceo personal.
Si es así, queda aclarado el desacuerdo. Nadie puede discutir que los miembros de cierta élite sean los únicos que hoy se sienten libres dentro de la Isla, no porque lo sean realmente, sino porque empezaron por creérselo, ya que les conviene, quizás, o más les vale.
Claro, algo siempre salen ganando de su vinculación con este complicado asunto. Por ejemplo, gozan particularmente de libertad civil, en tanto son los únicos que pueden llenarse la barriga sin violar la ley. De igual modo disfrutan las garantías de la libertad política, pues tienen permiso para simularle adoración al rey y para seguir apostando por sus herederos. Disponen a su antojo de la libertad de imprenta o de prensa, con decenas de editoriales listas para publicar al instante toda la metralla que escriban (bien que lo sabe Amaury Pérez), o con amplio acceso a Internet, fruta prohibida para el pueblo.
Los representantes de la nueva oligarquía cubana, y en especial los encargados de embalsamar nuestra cultura, también hacen uso de su libertad de conciencia, ejerciendo el derecho a profesar exteriormente un presunto apego a los orishas, a Cristo, o a Lenin, mientras que en su interior no son devotos más que de su penosa posición socioeconómica.
Otro tanto ocurre con la libertad de comercio. Tienen patente de corso para comprar almas en los cuatro puntos cardinales y, a la vez, pueden venderse sin estorbo alguno. La libertad condicional y la provisional también se encuentran a su alcance, sólo que ellos han preferido donárselas a los prisioneros de conciencia, a cambio de una única exigencia, y es que deben demostrar padecimientos de enfermedades mortales.
Por último, está la libertad individual, que generalmente les sirve a los de la élite para cantar en el baño, pero nada más, pues resulta que hay un cierto individuo encaprichado en acaparar esta variante, así que le echó garra desde hace casi medio siglo, y ahora, como bien diría el novelista y profeta Amaury Pérez, amenaza con llevarse consigo (hasta la tumba) toda la libertad.
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