El legislador debe gran parte de su fama a su estilo belicoso, su tono combativo y declaraciones altisonantes. Pero en los pasillos del Congreso norteamericano el líder republicano ha reinado —sigue reinando pese a haber perdido su corona de líder— gracias a su capacidad para someter voluntades y encaminar votaciones hacia los objetivos priorizados por la Casa Blanca. Y en esta labor, el dinero y el poder de otorgar cargos y fijar agendas han sido el hacha (DeLay, por supuesto, odia la hoz) y el martillo siempre al alcance de su mano.
La imagen del presidente Bush se asocia en todo el mundo a la forma de actuar del vaquero norteamericano que nos ha trasmitido el cine. Pero el verdadero cowboy de Texas es DeLay. En su amplia oficina del Congreso —la que ha tenido que abandonar, aunque conserva su asiento de representante— tenía dos látigos de cuero, que acostumbraba enseñar a los visitantes, y a chasquear para ilustrar la forma más adecuada de guiar a los legisladores de su partido.
No era el presidente de la Cámara —posición que ocupa Dennis Hastert—, pero se considera que su poder era aún mayor. El complicado proceso de mando legislativo norteamericano contempla no sólo el cargo de presidente en ambas cámaras, sino la función del whip —la palabra significa látigo en inglés y en DeLay ha encontrado su justificación mejor.
El líder o whip desempeña una función clave a la hora de decidir cuáles proyectos de ley serán discutidos y aprobados; juega un papel primordial en establecer el calendario para realizar las votaciones, coordina las audiencias, asigna los legisladores a los diversos comités e incluso influye de forma determinante en la forma en que deben votar los miembros —de ahí la referencia al látigo que guía al ganado.
Vaquero en Venezuela
DeLay, que tiene 58 años, es un vaquero y está orgulloso de ello. Pero aprendió a hacer un lazo y a guiar el ganado no en las praderas norteamericanas, sino en los campos venezolanos. Su padre —petrolero, ganadero y alcohólico— lo llevó a vivir a Venezuela cuando el futuro legislador tenía nueve años. Cuenta que allí aprendió lo que era una revolución, cuando los "revolucionarios" arrasaron las haciendas de sus amigos, los "caballeros", sembrando el "caos total y la destrucción completa", según cita Jim Lobe en un artículo distribuido por la Inter Press Service.
De esa época es también su primer encuentro con la revolución cubana, a principios de 1959. Tenía doce años y el avión en que él y su familia viajaban de Venezuela a Texas tuvo que hacer una escala en La Habana, para abastecerse de combustible. "Nos cogieron a mi madre, mi hermana, mi hermano y a mí y nos bajaron de la nave. Nos hicieron recorrer la terminal aérea rodeados de soldados apestosos con armas largas y perros pastores alemanes. Nos encerraron en una habitación durante tres horas", contó a un programa de televisión, según aparece citado en el mismo artículo.
"No lo he olvidado", agregó al narrar su experiencia. Cabe preguntarse por la fidelidad de esos recuerdos infantiles, donde los perros pastores alemanes parecen salidos de una película sobre los nazis y la Segunda Guerra Mundial.
El derecho a viajar
En julio de este año se presentaron en el Congreso norteamericano tres enmiendas destinadas a disminuir los límites existentes en los envíos y viajes a Cuba. La primera tenía como objetivo suavizar las restricciones a los artículos de regalo que pueden mandarse. Fue presentada por el representante republicano Jeff Flake. Otra —del representante demócrata Jim Davis— buscaba relajar las normas sobre los viajes familiares. La última —de la representante demócrata Barbara Lee— tenía como objetivo un cambio en la política que autoriza los viajes de los estudiantes a la Isla. Las tres fueron derrotadas. |