www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
   
 
El paso del cangrejo
La marcha convocada por algunas organizaciones del exilio para este 29 de marzo en Miami: ¿Un reto al futuro de quienes se aferran al pasado?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Hay una meta común entre la marcha convocada en Miami por algunas organizaciones, que se autodenominan de "línea dura", y la votación ordenada por el régimen de La Habana
Fotos de Miami
Miami, años setenta. Fotos.
para declarar "intocable" la constitución socialista: atacar el Proyecto Varela. Hay también un objetivo común: la misma respuesta política ante cualquier amenaza a su poder: tratar de evitar a toda costa un cambio, mantener el statu quo, perpetuarse en el mando.

Varias organizaciones anticastristas han organizado el acto, para oponerse a lo que según ellos son los intentos de "negociar" con el enemigo. La palabra "negociar" se esgrime y tergiversa como arma de denuncia. Se confunden los términos no por la ignorancia que abunda, sino por la mala fe que ya no prospera. Lo que hay detrás de su uso es salir al paso a un cambio, que viene ocurriendo en la comunidad exiliada de Miami, y que en las últimas semana se ha hecho más evidente a la prensa nacional e internacional.

Desde hace años, varios importantes sectores del exilio se han percatado del peligro de comprometer una estrategia más adecuada a la realidad cubana por aferrarse a formas de lucha caducas. A partir de la Cumbre Iberoamericana, realizada en La Habana en 1999, los disidentes demostraron su capacidad para arrebatarle el protagonismo a Castro, en su propio terreno. Ambos cambios han determinado un nuevo rumbo en el enfrentamiento al régimen, así como una visión más amplia de la realidad cubana luego del fin del gobernante. Esta perspectiva de futuro no deja de ser retada por quienes se aferran al pasado.

Las manifestaciones pueden clasificarse de dos tipos: las que constituyen una genuina expresión de protesta ante determinada política y las que ciertos grupos realizan para reafirmar su poderío. Las dos tienen en común la irracionalidad que conllevan, y la posibilidad de manipular los sentimientos de los participantes, pero las segundas a menudo se convierten en una justificación para no emplear mejor el tiempo. Es muy difícil encontrar a un manifestante que no repita un cliché al ofrecer sus opiniones. Es lógico que así sea: se trata de actos catárticos, expresión de sentimientos, descargas emotivas. Pero, ¿basta con ello? Quienes vivimos en Miami hemos visto demasiadas marchas que no pasan de ser una breve excursión de fin de semana. No me opongo a su existencia, pero celebro poder disfrutar la libertad de no asistir a ellas. Es, por otra parte, la principal diferencia entre las que se realizan en la Isla y las que ocurren entre nosotros: las similitudes entre los organizadores no deben confundirse con una identificación entre los participantes.

En Miami, hay quienes aún se resisten —como Castro— a perder el protagonismo sobre los destinos del país. La diferencia fundamental es la que va de un poder real a una farsa. No todos los que participan u organizan la próxima marcha en Miami son farsantes. Algunos —quiero pensar que muchos— no lo son. Pero es inevitable que lo que se oiga los próximos días en "la capital del exilio" sea el vocinglerío de quienes sí lo son.

Hay, además, una tendencia soez en esta ciudad, que hace que no pasen varios meses sin que a uno o a dos se les ocurra organizar una "marcha del exilio combatiente". ¿Será porque la mayor parte del tiempo los días son soleados y los atardeceres apacibles? ¿O es una nostalgia malsana que hacer recordar a algunos cuando marchaban en la Plaza de la Revolución? No deja de ser pueril asistir a un acto cargado de declaraciones bélicas, con una policía amable y la anuencia de muchos funcionarios locales, sin confrontar otro peligro que la posible indigestión por comer demasiado durante el camino. En los últimos años, una buena parte de estas marchas se han caracterizado por resultar un espectáculo engañoso y justificativo: la pasión que se quiere transmitir evidencia la frustración en los oradores no sólo por la falta de libertad en Cuba, sino por la erosión que inevitablemente han sufrido sus ideas a lo largo de los años: un tono de agarrarse a la última tabla de salvación, un temor a ser arrastrados por la historia, la muerte o los acontecimientos, que se palpa tras los gritos airados y los llamados a la lucha. No dejan de ser sentimientos válidos, siempre y cuando no quieran generalizarse a todo el exilio o tratar de imponerse a todos los refugiados.

Los planes para derrocar el régimen castrista de forma violenta deben ceder el paso a nuevas formas de colaboración con el pueblo cubano, en particular con la disidencia. No se trata de intentar un diálogo sordo, sino de tratar de incrementar nuestras relaciones con los habitantes de Cuba. Limitar los focos de confrontación a la lucha contra Castro y sus seguidores, y avanzar hacia un mayor conocimiento de las realidades de la Isla.

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